lunes, 4 de abril de 2005

El Registro Mercantil

Llego al Registro Mercantil a depositar el libro de cuentas de mi empresa. Mi empresa es ínfima y el libro de cuentas tiene menos páginas que el trabajo de los visigodos que hiciste en tercero de BUP.
-Aquí no es. Castellana 44.
Llego al Registro Mercantil (de Madrid) en Castellana 44. Espero una cola. Mientras espero pienso que los que trabajan aquí no pueden hacerlo por vocación que tiene que ser por dinero. Y que cobren lo que cobren me parece que está mal pagado porque... vaya sitio.
-Tiene que comprar un impreso en el mostrador número uno y rellenarlo y entregarlo en el mostrador número dos. Le darán cita para venir otro día a este mostrador que es el tres.
Espero la cola del mostrador número uno. Compro dos sobres (por si me equivoco) hay más papeles que en la matrícula de la universidad. Pido ayuda a un señor para rellenar el impreso.
Espero la cola del mostrador número dos. Cuando llego:
-Este impreso no es. No es un depósito de cuentas sino de libros.
-Pero oiga si esto es un libro de cuentas.
-Ya, pero no, tiene que pedir un impreso de libro y rellenarlo y entregarlo aquí.
Espero la cola del mostrador uno. Compro otro impreso. Lo relleno con ayuda de otro señor.
Espero la cola del mostrador dos. Cuando lo voy a entregar me dicen que no me pueden coger el libro porque está encuadernado en canutillo de plástico y que tiene que ir encuadernado con lomo que si no, podría sacar las hojas y falsificarlo. Le digo que lo traigo ya falsificado, como todos los demás, que eso sí me lo sabía. Que para qué iba a arrancar las hojas.
-Tiene que ser con lomo. Vuelva otro día.
Me cago en Dios y en su puta madre (la del tipo del mostrador y la de todos los registradores y subalternos del ministerio de economía por extensión) pero de pensamiento.
Los empleados de gestorías que aguardaban en las distintas colas me miran sorprendidos de que unos trámites tan fáciles me estén costando tanto esfuerzo y me dan todos a coro sus respectivas tarjetas. Acto seguido me dan todos a coro sus respectivas tarifas. Sonríen y a coro me dicen: "Y ya se puede dar prisa que al año que viene cambia la ley y será todavía más complejo". Está claro que los que trabajan aquí son todos vocacionales. En un mundo en el que puedes comprar un lanzacohetes ruso por internet sin moverte de tu casa, para entregar un libro de cuentas de diez páginas tienes que ir dos veces a Castellana 44 y esperar seis colas.
Otro día les hablaré de los notarios.

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