martes, 26 de abril de 2005

Son las tantas

Creo que lo mejor de la noche es que no suena el teléfono.
He llegado a Clamores tarde. El concierto de Lorenzo Solano estaba anunciado a las 22, mi experiencia me decía que empezaría a las 22,30 y ya eran las 23. Yo era uno de los artistas invitados. Bajaba por la escalera y escuchaba a mi batería y a mi bajista y a mi saxofonista. El mi aquí no es el de mi coche, ni el de mi lápiz, es más bien el de mi hermano.
También puede ser la tercera nota de la escala de do.
He saludado a H. a T. y a S. y me iba a sentar con ellos cuando Lorenzo me ha llamado desde el escenario. Ni tiempo para quitarme el abrigo, ni para un trago. He cogido los papeles y he subido. Estaba frío. Y nervioso.
-¿Cuál de las dos primero?
-Catorce Años.
-Joder, la que peor me sé (los músicos pensamos muchas palabrotas cuando estamos en el escenario)
Y todos me miran, no hablan pero están diciendo: Empiezas tú.
Este es el instante en el que yo debo buscar la concentración, calentar la voz con unas frases, comprobar que el micro está bien situado, que estoy a la altura adecuada, mover los dedos por el piano para notar el tacto de un teclado que no es el mío y que hace un año que no toco, evaluar cómo es la escucha -buena mala o regular para el piano; buena, mala o regular para mi voz; buena, mala o regular para los demás instrumentos-, verificar si tengo claro el tempo del tema, mirar si hay luz en el papel para leerlo bien, repasar la primera frase de la melodía y otras veinte cosas más o menos. Porque cualquiera de esos detalles puede arruinarme los próximos cuatro minutos y esos cuatro minutos son una eternidad. Pero yo no soy piloto, no tengo check-list, cruzamos unas miradas y salto al vacío. ¿A qué he venido si no?

2 comentarios:

  1. ¿saltaste poeta?. Genial, y el resultado es que triunfaste, seguro. Me hubiera encantando verlo

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