jueves, 31 de agosto de 2006

Londres, ¡qué ciudad! (2)

Voy a comprar los periódicos al quiosco de siempre. Cuando me ven, dicen hola y hacen un gesto que yo quiero que sea una sonrisa, pero, claro, son ingleses y en el kit de los sentimientos eso no lo incluyen. "Hola, ¿quería saber si os puedo pagar los periódicos una vez al mes? ¡Como vengo todos los días y me llevo cuatro o cinco y necesito una factura, entonces...". El tipo me mira y me dice: "No, ¿qué quiere?". Cojo lo de siempre, le pago y me voy.

Por la tarde bajo a la peluquería. Tengo el pelo un poco largo. "Quería cortarme el pelo". Es lo normal en una peluquería. Me miran y me dicen: "Hoy estamos hasta arriba". Miro, hay una chica y cinco asientos vacíos, tres peluqueros. Me miran otra vez. "Uf, hasta arriba". Me toman el nombre, el teléfono, me dan cita para mañana y me despiden con una sonrisa. Vuelvo a mirar incrédulo: cinco asientos vacíos, tres peluqueros.

miércoles, 30 de agosto de 2006

La hija del churrero

En una fiesta muy fina en una urbanización del norte de Madrid me encuentro hablando con una chica.

Me cuenta que es la hija de churrero de Pozuelo. También me cuenta que su sobrina se ha caído en la piscina y no sabía nadar. También me cuenta que tuvo un novio ciclista y algunos avatares de su carrera. Aprovecha un descuido mío para colocarse el aro del sujetador con disimulo. Lo aprovecha mal, si no, no estaría yo contándolo.

Yo no hablo pero me estoy quedando prendado, lo noto. No hablo por timidez. La hija del churrero de Pozuelo es una contradición en sí misma, y eso me fascina. Su mirada es limpia. Sus manos grandes, no lleva las uñas pintadas. Su conversación es como un baúl lleno de juguetes, algunos de ellos rotos.

Como yo no participo mucho, ella dice sus frases y dice también las mías. Como si por no cumplir un determinado cupo de frases dichas a uno pudieran echarle de la fiesta sin contemplaciones y ella quisiera salvarme.

Me pregunta que dónde vivo y cuando le contesto que en Begoña me dice que ella tiene una amiga en Embajadores. Me repito mentalmente varias veces su comentario para llegar a la conclusión de que esa amiga suya y yo sólo tenemos en común el no vivir en el mismo barrio que el otro. ¡Asombroso!

Una chica tan desprovista de coherencia tiene que ser un auténtico torbellino en el amor.

Me sigo prendando.

Estoy a punto de confesarle que me echo crema con factor de protección número 12. Ni 15 ni 7, exactamente 12. Es porque veo que no hay salto en el tema de conversación que le asuste y quiero impresionarla. Pero me callo. Por timidez.

Estoy a punto de pedirle el número de teléfono de su padre para solicitar su mano, pero me interrumpe poniéndose seria y contándome que lo que más le gusta en el mundo son los gusanitos. Sí, esos de color naranja que supuestamente saben a queso. "Mi padre los hacía".

Estoy a punto de decirle que la amo repentina, fulgurante e inexorablemente... Pero me callo. Por timidez.

Vuelvo a casa con toda la chaqueta llena de amor: amor sincero, platónico y por qué no decirlo: poco correspondido. Feliz; lo que técnicamente se conoce como feliz.

A la mañana siguiente, en la compra, elijo dos yogures Bio de frutas del bosque, unas cocacolaslait, una lubina para hacer a la espalda (no estoy seguro de qué es a la espalda pero me gusta el nombre, ya lo buscaré en el libro de recetas) y una docena de huevos.

Y una bolsa de gusanitos.

Coloco la bolsa en una estantería de la cocina e imagino que ella vendrá algún día más o menos por casualidad y que yo le sacaré la bolsa y ella pensará que es tan bonito como cuando Bambi encontró a su madre y sonreirá y se comerá la bolsa y acabaremos los dos con los dedos naranjas y a partir de ahí viviremos felices el resto de nuestra vida. Esto último no me lo creo yo ni en sueños pero no pienso borrarlo. En la misma estantería de los gusanitos tengo unos burmarflases sin congelar y una bolsa con panchitos mezclados con kikos. Esto lo digo para que el lector se dé cuenta de que he elegido un puesto de honor para colocar la bolsa.

Aunque se quedó con mi teléfono pasan los días y no me llama.

Cada vez que abro para coger algo del armario veo la bolsa. Y pienso en ella.

La hija del churrero de Pozuelo se llevó mi corazón aquella noche, justo en aquella fiesta, pero parece que no se ha dado cuenta. Si yo fuera de sufrir sufriría. Pero no, no soy de sufrir.

Un mes después (puede que llevado por el desengaño) pienso que tampoco va a pasar nada si abro la bolsa y cojo dos o tres. En efecto, cojo cinco. Y no pasa nada.

A partir de ahí y paulatinamente las visitas a la bolsa menudean. Dos semanas después terminé con ella (con la bolsa). Los últimos estaban un poco rancios, lo tengo que decir.
En este tiempo la hija del churrero de Pozuelo no me ha llamado. Poco a poco me he comido sus gusanitos. Hoy he doblado la bolsa y la he tirado sin pesar. Y sin pensar.

Con ella se ha ido a la planta de reciclaje un amor sincero y platónico, también repentino y fulgurante.

En estado embrionario, eso sí.

Incluso podría decirse que precoital.

martes, 29 de agosto de 2006

Música

Escucho en algún sitio que la música es alimento para el alma. Creo que en el telediario. Puede que por eso yo esté gordo. Se lo diré a mi endocrino.

Me acerco a una maceta y arranco un ailanto que había salido de mala hierba.

Hoy he visto otra estrella fugaz. Puedo asegurar que esta vez no era mosquito. "Oye ¿qué hay de lo mío?"

He encontrado la tela de la cortina pero no los ganchitos para colgarla. En Pontejos,

Madrid hervía. Poco a poco estáis volviendo todos, malditos.

Me acuerdo del barco de Miguel. Me columpio en la hamaca. Me acuerdo del tesón de Figueras. Las salpicaduras de sidrina en el bar. Evoco, henchido el corazón de poesía, los muslos mojados de las bañistas. Eh, sólo poesía. Me temo que no habrá más muslos mojados hasta el 2007.

La M30 está llena de sombrillas, cada una con su negrito chaleco amarilllo debajo.

Se me van sedimentando las malas leches a medida que pienso que no todas ellas fueron malas, que yo fui tonto. Que yo fui malo también cuando me tocó. Que ellas fueron tontas también en algún momento. Me estalla el "ellas" y se me convierte en muchas "ella". Mejor. En vez de sindicato del crimen vuelvo a tener agenda.

De los deseos que le pedí al mosquito se me cumplió el de la sartén antiadherente. Me hice unos huevos con puntilla para estrenarla.

Si no lo entiendes todo, no te desanimes, yo tampoco lo entiendo y sigo.

Si la vida es tan poco ordenada por qué habría de serlo yo.

Y estoy completamente de acuerdo
con el pedante ése del telediario:
la música es alimento para el alma.

lunes, 28 de agosto de 2006

Londres, ¡qué ciudad! (1)

Uno, que es pijo re-pijo, saca el pie a la calle y ya se pone en Portobello Road. El centrito mismo del mismísimo Notting Hill. Aquí ha habido puente. Lunes festivo. Olé. Y Carnaval en el barrio. La primera conclusión es evidente: qué paletos somos. Nos hablan del carnaval de Notting Hill y nos imaginamos a la maferson o la shifer en tanga y de lo más glamuroso. Pues no.

La calle, sí, huele a frito del peor, a salchicas grasientas, a hamburguesas y está todo, pero todo, lleno de mugre. El suelo es un basurero y la pasma no hace más que detener gente que va pasada de vueltas.

Lo mejor es eso de lo que los ingleses se sienten tan orgullosos -se sienten orgullosos de todo, pero de esto más- que es el multiculturalismo. A saber: negros africanos, negros jamaicanos, negros dominicanos, mulatos africanos, mulatos jamaicanos, mulatos dominicanos... y blancos inglesitos que los miran, se juntan un poco con ellos y ya está ¡qué multiculturales somos! Ahora, que luego no se acerquen, tronco, que ya no es Carnaval. Cómo no, hay españoles. Son los que están detrás de una cámara y dicen ¡qué pasada, tío!

No quiero ser de esos extranjeros que hacen patria y cuando salen a la esquina lo critican todo. De eso nada. Me gusta Londres. Deberíamos aprender muchas cosas de los ingleses. Oye, qué ordenado tienen todo, cómo cuidan las cosas, qué partido le sacan a sus emblemas nacionales -buzones, autobuses de dos pisos, sombreros de policías, pintas de cerveza...-, qué forma tan digna de mojarse en esos chaparrones que te caen encima sin avisar ni nada.

Londres es una ciudad perfecta para: solteros/as, jóvenes/as, ricos/as. Es una ciudad de mierda para clases... medias. Capuccino (bueno), tres libras. Metro, tres libras. Melocotón (uno solo), una libra... Mola, es chic, el río es un río, y la gente, a veces, habla inglés.

A veces. El otro día vino un señor a limpiar la casa -lo mandó el casero porque el piso no estabab muy limpio- y le contó a N. que su mujer -brasileña- no había aprendido una sola palabra de inglés en seis meses pero que, por el contrario, ya hablaba un perfectísimo español.

En fin. ¡Qué ciudad!

sábado, 26 de agosto de 2006

Piratas del Caribe Dos

Para empezar yo no había visto la uno.

He ido con C. después de asegurarme de que era apta para ella. Para quien no era apta era para mí. Porque el Depp no me pone nada (la sombra de ojos es de MAC, por si sois de los que no se leen los créditos hasta el final; y deben haber gastado botes y botes).

Me da rabia porque no disfruto de aquello de lo que el director y el equipo deben estar más orgullosos: hace mucho que no me impresiono con los efectos especiales. Y así me ha aprovechado muy poco la peli: unos diez minutos. Podrían haber hecho un corto monísimo.

Digan lo que digan, salir del cine pensando "qué pasada los efectos especiales" es como ir a ver La Piedad de Miguel Angel y decir "¿te has fijado qué mármol tan bueno?".

El ochenta por ciento del presupuesto se les ha ido en las tomas que menos me interesan. Me dan igual las peleas de cuatro minutos, los maquillajes con profusión de látex, los efectos digitales en 3D, las tomas de helicóptero, las virguerías de ordenador y los extras a mansalva; es que me dejan frío. Aprovecho para meterle mano a las palomitas y chupar de la cocalait, no te digo más.

Tiene una ratio grano-paja muy mala. Aunque he de reconocer que mucho mejor que El Señor de los Anillos. De esa peli me sobró casi todo el metraje, las secuelas me las ahorré, es que ni por los críos hice el esfuerzo. Pero ahí era normal, al libro le pasaba lo mismo.

Estoy por contaros el final y así os ahorro los 6 euros.

El final es que va a haber Piratas del Caribe 3.

Lo siento.

martes, 22 de agosto de 2006

36-36

Vivo en el apartamento número 36 de un edificio que está en el número 36 de una calle hermosa. Desde la terraza veo cinco edificios altos y muchos tejados con chimeneas y casas bajas de ladrillos color ceniza, algunos ocres o tostados.

Cuando salgo a la calle suelo girarde inmediato a mi derecha. Si me emociono, sólo con cruzar una calle y caminar 60 metros llego a una que dicen que es famosa en el mundo entero. Portobello Road, se llama. La gente la conoce en plena ebullición. La cocción lenta -italianos y españoles hacen furor- empieza el viernes, para llegar al punto de evaporación el domingo. Entre semana, a eso de las seis de la tarde, es un paraíso por el que caminar a solas con uno mismo.

Londres huele diferente en este rincón de la ciudad. No es Oxford Street, por ejemplo, donde uno tiene la sensación de que lo violan permanentemente. Sin anestesia. No es Wapping, allá por los docklands, donde me paso dos o tres veces por semana. Un sitio especial, con casas de lujo donde antes había almacenes de tabaco y donde uno espera encotrarse un pirata, o dos, a la vuelta de la esquina.

Vivir en Londres puede ser una experiencia brutal. En todos los sentidos. Tengo la sensación -y llevo aquí sólo tres semanas- que te apasiona pero te puede volver loco. Y eso que los días anochecen tarde (20.40 horas) y aún no tiene uno la sensación de estar aprisionado en la permanente oscuridad. Lo sé. Llegará. Y no me puedo hacer ilusiones...

El vino de la cena de hoy era español, el queso era italiana, la verdura no sé, los melocotones también españoles y la factura de unos yogures, pan, queso, vino, fruta y poco más 22 libras.

viernes, 18 de agosto de 2006

Ositos

El silencio es absoluto esta mañana. Incluso los operarios de la obra de enfrente, que llevaban unos días despertándome con diversos artilugios, han enmudecido. O no han venido.

Apetece rasgar el silencio, estropearlo. A los que somos desobedientes el exceso de armonía nos molesta.

Por ejemplo.

Entré en la habitación del recién nacido de unos amigos. Las cortinas, la ropa de la cuna y la lámpara (un trabajo manual de la madre) tenían el mismo estampado de ositos. Me vino una arcada. Y dije: Bueno, la habitación es muy bonita, pero con estos antecedentes puede ocurrir que si con diez años le pones un pantalón que no pegue con el jersey se desestabilice y le dé por saltar por la ventana.

La madre puso mala cara denunciando que me acababa de cargar la poca armonía que pudiera existir entre nosotros.

La foto no tiene nada que ver, ya lo sé. Pero, ¿a que mola?

martes, 15 de agosto de 2006

Sentado en la arena

Me esforcé por escuchar mis propios latidos. Durante un par de horas. Y nada.

Sentado en la arena, desnudo, mirando al mar. Las olas montando de nata mis pies, lamiéndolos después. El sol clavándome uno a uno sus rayos, haciéndome un dulcísimo vudú. ¿Late?

Pasó otro rato. Y nada.

Me intenté notar el vaho y tampoco. ¿Las pupilas? No puede uno verse las pupilas sin un espejo, y yo no lo tenía. Así que me di por muerto y me alejé de allí muy tranquilo: ya no había nada que hacer. Qué alivio.

Cuando estaba llegando al aparcamiento me volví, a despedirme de mi mismo, de mis restos. Y entonces me vi fundirme con la arena, con el agua salada, con sus natas montadas... me vi ser parte de esa brisa densa que alimenta a los pescadores -y a algunos poetas. Me vi ser rayo de sol.

Ha merecido la pena venir hasta tan lejos.
Ha merecido la pena morir para estar ahora vivo.
Con la marca en la espalda del sol,
la boca salada de mares,
y miles de puntitos de color rosa grabados
en la piel del culo.

lunes, 14 de agosto de 2006

Oficios Fascinantes XIV

Leo en el dominical un reportaje sobre el turismo en Salou. Aparecen un montón de oficios fascinantes como Bailarina Rumana de Discoteca (de 11 de la noche a 7 de la mañana meneando el esqueleto subida a una mesa), Conductor de Trenecito Turístico (a 20 por hora y tocando la campana), Inflador de Colchonetas y Patitos (este año están de moda los cocodrilos). Destaca entre todos ellos el de Alquilador de Tumbonas de Salou.

De repente siento una pulsión profunda y sincera por ser Alquilador de Tumbonas cuando sea mayor. Puede que haya descubierto mi verdadera vocación, y si es en Salou, mejor que mejor. El Alquilador de Tumbonas de Salou, a quien, en adelante y para abreviar denominaremos ATS, no sólo se encarga de asignar y cobrar tumbonas a los turistas. El ATS comienza la mañana desencadenando las tumbonas y verificando el estado de las colchonetas. Comprueba que el comportamiento mecánico del dispositivo sea el correcto, que se suba y se baje con docilidad. Determina que el cansancio de los materiales no represente ningún peligro para el usuario. Y si ve roña gruesa la raspa con la uña. Esto puede parecer una tarea ingente, pero al ser las tumbonas ingenios mecánicos de complejidad reducida que a lo largo de los últimos 50 años han incorporado avances tecnológicos de manera lentísima llegando a lo que los científicos denominamos Nivel 2 (equiparable a chupete) para que se hagan una idea Nivel 1 es chanclas y Nivel 0, folio... me he perdido por un exceso de subordinadas, ya me lo decía mi madre. Decía que a pesar de ser minuciosa la inspección el aparato es sencillo y por eso con una visual es suficiente: 3 minutos máximo. Luego el ATS va repartiendo las tumbonas por riguroso orden de llegada a cuerpos que van del juligan rollizo a la anoréxica hasta las cejas de tripis pasando por la familia de Casteldefels con todos sus accesorios que son los realmente peligrosos.

El ATS se pone las botas a ver senos femeninos (si no fuera científico diría tetas) esa es otra ventaja del trabajo. Aunque es verdad que a todo se acostumbra uno y que la mayoría los ve aplastados, bien por la gravedad (posición prona), bien por la propia tumbona (posición supina). Adeás el pezoncillo (no conozco el términoo científico para pezón) está desparramado por el calor; el pezón enhiesto es más escaso en Salou que el lince en Andalucía y se circunscribe al ratito de salir del agua.

Lo único malo del oficio de ATS es el sueldo que -lo digo sin tener datos fiables- no creo que supere los 9000 euros anuales después de impuestos. Con el sueldo de consejero de Iberdrola esto sería otra cosa. Vamos, es que si a los ATS les pagaran lo que a un consejero de Iberdrola, Iberdrola se quedaba sin consejeros. Quién se iba a poner la corbata y a aguantar informes y asquerosos aires acondicionados y comidas en LHardy pudiendo estar en la playa mirando. No te creas, que seguro que algún degenerado se quedaba, que en la gran empresa hay gente pató.

Pa´ tó.

Al final del día el ATS ordena las tumbonas que la gente ha descolocado y les pone una cadena. Es normal, si tú fueras tumbona, después de llevar todo el día quieta, también te apetecería dar un paseíto. La cadena se lo impide. El ATS vuelve a casa cuando el sol ya se ha puesto. Orgulloso de haber mantenido a los turistas en parejas sin excepciiones. lejos de números insidiosos como el 3, el 5 o el 1.

"Si un turista viene solo a la playa que no cuente conmigo, yo sólo trabajo el 2".

¡Fotos!

8 posts seguidos sin una foto.

¿Por qué no nos la mandas ?

Seguro que te has llevado la cámara de vacaciones.

Salud
.

viernes, 11 de agosto de 2006

Baldosa de esta cocina

Pasarán los años y yo seguiré siendo baldosa de esta cocina. No puedo asegurarlo al 100 por 100, pero casi. Y tú habrás llorado y se te habrán quemado más de una y más de dos paellas. Pasarán los años. Yo tendré más o menos roña, eso depende de ti. No es que me importe. Pasarán los años y te habrán abandonado mujeres insustituibles, amigos para siempre se habrán caído de la agenda, habrás ganado y perdido, tropezado y levantado... habrás pasado varias veces por la casilla de salida cobrando las 2000 pesetas.

Las estadísticas están de mi lado: duran más los pavimentos que los matrimonios. Sobre todo si son de gres (los pavimentos). Más que las lavadoras. Más que las bicicletas, mucho más que los coches. Menos que los hijos. Menos que las hipotecas.

Tú serás otras cosas. Puede incluso que no estés y que sean otros los ojos que me miran y otra la fregona que me limpia (ya está bien, podías cambiarla de vez en cuando). Yo en cambio seguiré siendo baldosa de esta cocina. Lo digo orgullosa, sí. Así que no me mires con cara de lelo y quítame el hueso de aceituna de encima ¡ahora mismo!

Te lo ordeno.

jueves, 10 de agosto de 2006

La Arena

Cuando llegué a la playa la arena era amarilla, más o menos. Y homogénea. La arena era... arena.

En cambio cuando me tumbé boca abajo y acerqué la nariz vi granos de arena de color negro, blanco, marfil, gris, rosa, marrón... Cada uno tenía su forma y su tamaño, era imposible encontrar dos iguales. La arena ya no era arena. Ya no era una cosa, era muchas cosas.

Así que, de la misma manera. la gente ya no sería nunca más gente, sería personas.

Cuestión de distancia.

martes, 8 de agosto de 2006

El avión

Me subí al avión. De los primeros. Me senté en mi fila, la 20, y desde allí vi pasar a casi todos los demás pasajeros.

En el caso de que el avión se estrellara en una cumbre recóndita y algunos sobreviviéramos, en el caso de que tardaran en encontrarnos... ¿a quién me comería primero?

Esto pasa porque el avión debía haber salido a las 2 y son las 5. Y sin probar bocado.

Me pido muslo. De esa morena que lleva una bolsa de Camper.

lunes, 7 de agosto de 2006

Deseos

Estamos en esa época del año en que la Tierra atraviesa una zona del universo llena de meteoritos. Por eso estos días se produce el fenómeno llamado "lluvia de estrellas" y es fácil ver estrellas fugaces.

Estoy tumbado en mi hamaca, mirando al cielo. En Madrid no es fácil ver las estrellas, sólo se pueden distinguir las más importantes, las estrellas de las estrellas. En cambio yo me armo de una fe sólida y miro durante un buen rato. Antes he elaborado una buena lista de deseos.

Como no se puede mirar al cielo entero elijo un trozo. No muy alto en el horizonte. Entre las dos parras. Al cabo de un rato veo la primera. Le pido trabajo, salud, dinero y amor. Sí, ya lo sé, no es poco, pero es que en la primera no soy muy concreto porque no sabe uno si va a ver alguna más. A medida que vengan otras -si es que vienen- iré concretando.

Al poco rato llega la segunda. Le pido una sartén antiadherente nueva, la que tengo está bastante desconchada y se pegan los huevos fritos. No hay nada que me fastidie tanto como que se me peguen los huevos fritos. Además es un deseo modesto - soy consciente- y por ello, dado que algunas estrellas fugaces son bastante roñosas, más factible.

La tercera. Vaya, qué buena suerte: he elegido bien la zona donde mirar. Le pido una buena novia que se haga cargo de mis desajustes perceptivos y mis montañas rusas emocionales y que me quiera como se quiere a un director de oficina bancaria: a plazo fijo y con interés creciente.

La cuarta. ¡Ésta es mi noche! Buena fortuna para mis amigos.

La quinta. Que no se me seque la glicinia, que este año está muy bonita.

La sexta. Paz en el mundo. Aquí, a lo mejor me estoy pasando. Alterno deseos fáciles y difíciles para que las estrellas fugaces no se me agobien. Y también porque no tengo claro qué criterios siguen las estrellas fugaces a la hora de decidir si conceden un deseo u otro. Tampoco sé si tienen preferencia los deseos en el ámbito municipal, autonómico, estatal o mundial.

Después la séptima. No me acuerdo qué le he pedido. Ah, ya; mejor memoria.

En la octava noto como una trayectoria curva. En la novena se confirma, la trayectoria es curva. Yo no soy un ecperto en estrellas fugaces, más vien un aficionado, pero siempre había pensado que las trayectorias eran escrupulosamente rectas.

La décima hace la figura de un ocho y salto de la hamaca sorprendido y admirado: o se me está yendo la pinza o soy testigo de un espectáculo astronómico sin parangón que mañana será portada el todos los periódicos.

Tras mirar un minuto me doy cuenta que un haz de luz proveniente de la cocina atraviesa la terraza justo por donde yo estaba mirando y que un mosquito está dando vueltas. Cuando atraviesa el haz se ve blanco y cuando sale de él es invisible.

He estado pidiéndole deseos a un mosquito. No es que desconfíe de él, pero me siento un poco frustrado. Aunque a decir verdad, no se ha demostrado científicamente que los mosquitos no concedan deseos.

Me levanto y bajo a contároslo.

viernes, 4 de agosto de 2006

Ella

Cómo se lo digo. Cómo se lo escribo. Cómo se lo dibujo. ¿Alguna sugerencia? Se admiten propuestas. Honestas y deshonestas. Se admiten versos y penurias. Cómo se lo digo. La miro a los ojos y se lo digo. Le doy un beso en la comisura de los labios y luego se lo digo. Le acaricio la mejilla con el envés de mi mano y la miro a los ojos y le beso la comisura de los labios y luego se lo digo. No le deis más vueltas. No tenéis ni idea. Ella. Sólo ella sabe lo que le quiero decir.

Cómo se lo digo. Cómo se lo escribo. Cómo se lo dibujo. El corazón suena ptptptpt. No tenéis ni idea. Ella. Ella sólo sabe descifrar el ruido de una pe y una te que se pegan en una palabra sin fin pero con un fin. Asiento 20F, o el 8C, habitación 1015, 0704, 17, 31, 13, 7 y todos los números que marcan una historia que va a y viene y siempre está.

Cómo se lo digo. Cómo se lo escribo. Cómo se lo dibujo. Acaso un corazón en el cristal del coche. Acaso gominolas de cocacola diciendo te amo, acaso sin palabras, sólo cogiéndola de la mano y saltando al vacío. ¡Vamos!

jueves, 3 de agosto de 2006

Ayer

Sí, fue ayer. Por la mañana. Me asaltó una melodía. Se quedó conmigo. Quedose no en el sentido de hacerme compañía sino en el de secuestrarme. A mí no me importa que me secuestren melodías, todo lo contrario: soy todo suyo, soy todo oídos. Hago como que me resisto pero es pura impostura. Sol, Fa, Fa... La, Si, Do (sostenido), Re, Mi, Fa, Mi, Re, Re... ¿Buena? No, buenísima. Era una sensación nueva. Después de un montón de años escribiendo canciones era la primera vez que inequívocamente tenía la sensación de estar acariciando con la punta de los dedos un hit internacional. Siempre he sido muy malo estimándole la recaudación a una melodía recién nacida. Nunca me atrevía a decir si se parecía al padre o a la madre, o si iba a entrar en el Top10 o a quedarse en cara B. Pero esta vez lo tenía clarísimo: pedazo de canción. A lo largo de la mañana fueron saliendo las demás frases, la estructura (sencilla: estrofa y estribillo, sin puente, ni Intro, ni falta que le hacían). El disgusto llegó cuando empecé a escribir la letra y me salía en inglés. Yesterday, all my troubles seem so far away. ¡¡Qué faena!! (Yo aquí escribiría "Qué putada") pero el libro de estilo de este blog lo impide). Me acababa de inventar Yesterday de Lennon y McCartney. Por un momento estuve tentado de cambiar la tercera nota de Fa a Do quitarle la alteración al Do, ponerle una letra distinta y registrarla como propia. Pero era un movimiento a la desesperada, me dí cuenta, y al darme cuenta se me fueron cayendo los palos del sombrajo. Del sombrajo musical. ¡Qué rabia! Con lo cerca que la había tenído. Ayer.

martes, 1 de agosto de 2006

Reflexiones para una despedida

Es difícil gestionar los adioses cuando tienen sabor de se acabó; una punzada en el paladar que no deja el hasta luego. Los adioses no se encuentran en la estantería de los dulces o los salados. Se encuentran en la repisa de los sinsabores. Sólo en tiendas especializadas. Ridículo que un sinsabor sea desagradable... si no sabe a nada de nada, más que a pena, que es algo sin sabor... pero con dolor.

El sinsabor no sabe a felicidad, pero tampoco a tristeza. El sinsabor no es una lágrima convulsa expulsada por el lloro rabioso; tampoco una lágrima desenfrenada liberada por el éxtasis. No es nada, pero los adioses son sinsabores.

La gente huye de los adioses dándoles la espalda o negándoles un saludo, siquiera otro adiós. La gente teme los adioses propios y ajenos; los adioses de se acabó aunque no les pertenezcan porque la gente huye de la vida porque la muerte es más llevadera.

Sobre la mesa, a cincuenta y tres centímetros y medio de mi mano derecha, hay un sobre blanco con dos palabras: Facturas Londres. Londres pasa factura antes de aparecer en el horizonte como una certeza, porque hoy es un destino del que huir pero al que los errores continuos me acercan sin el menor descaro. Facturas Londres. Es su letra. Letra de adioses de se acabó porque las sonrisas, el cariño, el pasado sin futuro pero con fruto no pueden pretender un hasta luego, aunque tengan derecho a ello. La vida pasa y mi amiga Angela recuerda a Jodorowsky para advertir que la vida se empieza tantas veces como uno quiere... y cuando uno quiere. Es lo único que me convence de este tipo.

La teoría de los vivos muertos y los vivos vivos surgió en la soledad de la granja, en la distancia de la gente que se quiere, que se ama, que se adora... La teoría de los vivos muertos y los vivos vivos surgió natural y sin previo aviso en la conversación con la otra mano (*) un viernes que mi vida eran dos vidas y no tuve más remedio que juntarlas de nuevo porque el desgarro llevaba camino de ser definitivo.

El viernes un avión me llavará a Londres para que revise las facturas que aún tengo pendientes. Y no sé cuándo me devolverá a donde quiero estar, porque lo que tengo claro es dónde no quiero estar.

(*) La otra mano habla con serenidad conversaciones inversas, porque era esta mano la que decía las cosas que esa mano dice ahora y que esta mano escucha atenta. Invierno/primavera de no sé cuándo... La otra mano es una mano imprescindible, porque es una mano que detrás tiene un amigo de los que te dicen las cosas con amor pero con precisión. La precisión es dolorosa en boca de los enemigos, pero los amigos la convierten en verdad, en alimento imprescindible para seguir sufriendo. Sí, para sufrir, que es un paso que nadie se puede saltar antes de volver a ser feliz. Y yo quiero ser feliz, que también tengo derecho.

Mudanza

Han pasado 7 años y pico desde que nació a2manos . Y ha sido una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Auténtica, arriesgada...