Escuché a una amiga decir: "Éstá enamorado profundamente de mí. Yo a él no le quiero: le tengo cariño, le aprecio, pero no le quiero". Cuando dijo eso, ambos compartían hijos, casa y lecho.
Lo decía con orgullo, casi dándose importancia. Esa frase estuvo dando vueltas mucho tiempo en mi cabeza. Porque encerraba un veneno y yo quería saber cuál.
Creo que los intercambios de amores en la pareja son insondables. Y que no tienen nada que ver con lo que se declara. Hay parejas que parece que quieren los dos muchísimo y ninguno de los dos quiere. Hay otras en las que uno quiere más, otras en la que uno expresa más sus sentimientos... Yo creo que no hay ninguna relación entre lo que queremos y lo que decimos que queremos.
Los afectos y las emociones son un caballo que llevamos dentro, a veces pasta tranquilo, a veces se desboca y no hay quien lo pare. La razón, las palabras, son unas bridas, casi siempre muy pobres, con las que intentamos llevar a ese caballo por aquí o por allí. No solemos conseguirlo, la mayoría nos daríamos con un canto en los dientes con conseguir que ese caballo no nos tire y nos patee de vez en cuando.
Pero las palabras, no tanto la razón, sirven también para acariciar, y sirven para arañar. En ese sentido las palabras salen a veces del corazón (para acariciar o para arañar -o para más cosas) y a veces de la razón (para acariciar o para arañar o para más cosas).
El marido de la mujer del primer párrafo pensó durante mucho tiempo que su chica lo amaba aunque dijera una y otra vez que no. Ese pensamiento era el betadine que se echaba para desinfectar y ayudar a cicatrizar los arañazos que se hacía escuchando silencios, desplantes, y notequieros. Pero un día el amor que él sentía por ella, y el supuesto amor que ella sentía por él no fueron suficiente, los arañazos no cicatrizaban, se estaban infectando y amenazaban con amargarle la salud.
Por eso se apartó. Porque uno no debe quedarse a escuchar notequieros. No es sano.
Ahora escucho a esa mujer decir que él fue lo que quiso, quiere, querrá, querría y todas las conjugaciones. Parece como si sólo supiera quererle en la distancia, en la ausencia.
Y eso me lleva a otra reflexión:
Que quizá, tener un amor dentro y no saber sacarlo sea como tener un Ferrari en el garaje y no conducirlo, o un Vega Sicilia en la bodega y esperar a que se pique: ¡¡no sirve para nada!!
Lo diré de otra manera.
Tener un amor dentro y no saber sacarlo sustituye el placer de disfrutar por el placer de poseer. El primero es inmediato, infantil, inocente. El segundo tiene un matiz de frustración, racional y perverso.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
viernes, 7 de diciembre de 2007
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