domingo, 21 de diciembre de 2008

Bebés

Los bebés saben diferenciar lo esencial de lo accesorio. Viene de serie, lo aporta la Naturaleza, que es sabia, y ayuda mucho en la dura tarea de la supervivencia Luego llegamos nosotros, los adultos, les educamos y les hacemos un lío.

Ese mecanismo les hace, además, sensibles a la belleza. Porque la belleza nunca es una construcción intelectual, sino una fuerza que nace de lo más profundo, de lo esencial de las cosas y las personas. En ese sentido a mí me gustaría parecerme a un bebé. Poder tener bien claro qué es lo imprescindible y qué no me hace falta y sólo va a servirme para complicarme la vida. Así me resultaría más sencillo el camino por disfrutar, en pos de lo hermoso.

Voy a poner un ejemplo.

Un bebé de tres meses está mamando. Si su progenitora le retira el pecho antes de saciarse, entonces él la mirará con ojos conciliadores y, sin palabras, sólo con la expresión de su cara dirá: madre, ha sido maravilloso beber de tu seno, la comunión contigo me ha proporcionado una dicha duradera, el recuerdo es tan agradable que permanecerá en mí para siempre. Aunque ya no volviera a probar este manjar te estaría siempre agradecido, madre.

No estoy seguro del todo.

Quizá ese tierno bebé que se pone bizco de placer, en el momento en que el pezón se aleja de su boca, suelte un alarido lleno de ira: BUAGGGGGGGGG, zorra, devuélveme esa teta., es MIAAAAAAAAA. ¡Cómo te atreves hija de la gran p***! No pienso dejar de gritar hasta que me la metas de nuevo en la boca, lo haré con todas mis fuerzas, ójala pudiera reventarte los oídos.

Porque los bebés saben diferenciar lo esencial de lo accesorio.

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