viernes, 9 de diciembre de 2011

El Rodaballo

Paso por la pescadería.

-¿Quién da la vez?

Me contesta una señora muy morena, bajita y con los ojos rasgados que lleva en el carrito un niño muy rubio.

Delante de ella (en la cola de la vida y en la cola de la pescadería) hay otra mujer que no cumplirá los 60 y que no levanta la vista del rodaballo mientras habla con el pescadero.
-Salmonetes.
-¿Cuántos? -dice él.
-Medio kilo. Como vivo sola...
-¿Algo más?
-Un gallo.
-¿De éstos?
-No, algo más pequeño, es para mí. De ración. Como vivo sola...
-¿Les quito la cabeza?
-Sí.
-¿Alguna cosita más?
-Merluza. Media. En dos paquetes, por favor.
-¿En rodajas?
-Me la preparo a la romana. Tendré para un par de días. Como vivo sola...

La señora no mira a ninguno de los demás que estamos esperando. Sólo mira al rodaballo.

Tampoco mira al dependiente. Excepto en el momento de poner la mercancía en el peso, por una suerte de reflejo fiscalizador y antiguo. Autodefensa.

Intercambia la información justa con el hombre que la sirve mientras mantiene una conversación mucho más profunda con ella misma. El pescadero no debe oírla siquiera. Ha desarrollado ese reflejo para sobrevivir, el mismo que desarrollan los barman.

Me fijo y, antes de coger el último paquete, vuelve a decir que vive sola. No recuerdo el resto de su frase.

Intento adivinar en su rostro si la letanía era un grito o un poema. O un poema-grito. O un grito-poema.

Pienso por un momento que vivimos en un mundo raro. ¿Por qué se llevará esa señora tanto pescado? ¿Miedo al colesterol? ¿Un congelador grande? ¿Reservas por si definitivamente nieva en Madrid? ¿O quiere estar preparada por si aparecen invitados de repente?

Vivimos en un mundo raro, donde el que tiene más probabilidades de interesarse, aplaudir o darle un beso a esta señora, de todos los que estamos en Caprabo esta mañana, es el rodaballo.


Publicado en a2manos el 30,01,2007.

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