jueves, 19 de agosto de 2010

Prohibir


Uno está muy acostumbrado a sus prohibiciones, a las de uno. Me refiero a las cotidianas, a las que ve todos los días, y asume. No se sabe si de tanto verlas las ha interiorizado como el burro las orejeras, o las ignora y las oye como quien oye llover.

Pero sale uno por ahí, y entre que en el extranjero uno lee con más atención los carteles, y que todo sorprende. Juzguen ustedes esta joyita.

Estaba en Verona. No se lee muy bien, pero, en italiano e inglés, prohibe bañarse en las fuentes, dormir en los bancos, llevar el torso desnudo, comer en las escaleras de los monumentos, manchar...

Está feo todo eso, es verdad. Lo reconozco.

Pero todos, estaríamos de acuerdo en que ésos no son delitos tan graves. Dada la coyuntura actual deberíamos colocar un cartel

en todas las ciudades

de este tan civilizado mundo

que prohibiera:

embargar a los parados, repatriar a las pateras, mentir a los electores, pegar a los antisistema, verter residuos al mar, bombardear ciudades ajenas, especular, especular, especular, especular.

Vamos que digo yo que quitarse la camiseta no es comparable con lo que ha hecho BP en el Golfo de México. Y todavía no le han puesto las esposas a ninguno de esos encorbatados consejeros, y siguen llamándoles de usted.

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