Unos se empeñan en entender la vida estudiando como locos.
Biología,
matemáticas, física, psicología...
Otros van a la pitonisa o a que les echen las cartas. Leen el horóscopo, interrogan al oráculo.
Otros miran pasar las
nubes en el cielo,
o miran en el fondo de las tazas los posos del café.
Otros hacen reiki, chikún,
yoga, meditación trascendental o le preguntan a la luna.
Otros se fuman unos
porros o se meten entre pecho y espalda el Ulises de Joyce, aun a sabiendas de que su salud se resentirá.
Otros leen la Biblia o van a
misa a que un señor enjuto, vestido de negro y con la sexualidad (en el mejor de los casos) reprimida, les de pistas o les indique un camino. Algo es algo.
Pero nadie se había dado cuenta hasta ahora de que la vida es una
obra musical, y como tal se escribe en un pentagrama. Un pentagrama con muchas líneas adicionales, para que quepan todas las tesituras, todos los matices, todos los instrumentos... y sin barras que indiquen los compases, para que cada uno la siga a su
tempo. Y con ligaduras ilimitadas que unan las notas, y con figuras de silencio adicionales, y con infinitos valores de duración.
La vida es una obra musical y como tal se escribe con forma de
partitura.
Vamos, a qué esperas, atrévete a
tocarla.
Sí, claro, por supuesto: al igual que las obras de
Bach o de
Barber, la vida ofrece muchas y distintas interpretaciones.
¿Cuál es la
tuya?
Como puede verse arriba, la vida está escrita en una
partitura.