Si quiero puedo elegir, como estrella que seguir, la luz de mi nevera. Ésa que se enciende cuando en la noche caliente tengo sed. Ésa que me permite beber agua en vez de beber calabacín. Supongo que hubo un tiempo, ya remoto, en que las neveras no tenían luz dentro. Y entonces, si te levantabas por la noche no podías encontrar la botella, o tenías que ponerte las gafas o tardabas más... me pido botijo.
Si quiero, puedo guardar entre las sábanas de mi cama agua de mar fosilizada, besos aplastados como pétalos en libros, fragmentos infinitesimales de todas las dermis que rocé con los labios. Según lo que decían en el 68 la playa está debajo de la tarima flotante. Arranco un par de tablas. Es verdad.
Si quiero, puedo salpicar con un aerosol los cristales de mi ventana. Las gotas que resbalan son lágrimas. Que conteste Hemingway: ¿por quién lloran los cristales?. Si quiero puedo decir cosas que no se dicen, mirar cosas que no se miran... si quiero puedo caminar descalzo todas tus calles. Porque serán mis pies los que acaben negros y lastimados.
Si quiero, puedo escribir todas las cosas que me duelen. Si quiero puedo escribir todas aquéllas que no. Nadie me impide elegir la ropa que meto en la maleta cuando salgo a perseguir veranos nuevos.
Siempre serás la chica que lee desnuda debajo de la sombrilla, déjame que esta noche brinde por el tipo que inventó la luz de las neveras.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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