Voy dejando que languidezca el día,
que se callen los vecinos,
que se aplaquen las urgencias.
Entonces me quito las corbatas.
Ésas que me agarran del cuello,
también las que me atan las manos a la espalda.
Y me nacen dos alas,
dos pies descalzos que hundir en el barro.
Algunos días incluso más.
Me lleno la cabeza de sonrisas como océanos,
de notas musicales,
también alguna mujer medio desnuda.
No lo voy a negar.
¿Qué es una mujer medio desnuda
sino un cóctel de sonrisas, océano y notas musicales?
Acantilados, viento en la cara.
No es fácil escribir poesía con una cartera encima de los hombros.
No es fácil ver el mar en los ojos blindados de un notario.
La boca seca, el corazón humedecido;
florecen mis manos acariciando palabras y acariciando te.
Entonces sé que soy un poco Drácula, bastante bebé.
Y me hace falta que languidezca el día,
que se callan los vecinos,
que se me calman las urgencias
para sentir deseos desordenados y ciegos.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
jueves, 11 de octubre de 2007
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