Por fin se detiene la lluvia.
Salgo de mi casa a dar un paseo a Jazz, mi perro.
Tener perro va muy bien para pasear.
Pasear va muy bien para todo.
Empiezo siempre mirando al suelo,
la parte media del recorrido lo miro a él.
Acabo mirando al cielo: el cielo es muy locuaz.
En la primera parte reparo en un pequeño milagro, me acuclillo (me encanta este vocablo) y tomo una fotografía con mi móvil de penúltima generación.
El milagro consiste en que la lluvia ha disuelto el arco iris. Ya me parecía a mí que era excesiva. Lleva varios días lloviendo en Madrid. Probablemente otros arcoiris de otras latitudes resistan mejor la lluvia pero el de Madrid no está diseñado para estas inclemencias.
Y el arco iris, lo podéis comprobar, se ha escurrido desde el cielo hasta mi calle. Demonios, qué suerte tengo. No, probablemente se haya derretido en toda la ciudad, pero, con el exceso de coches, él se esconde, y con el exceso de prisa, ellos, nosotros, no lo ven.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
jueves, 24 de mayo de 2012
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