lunes, 28 de julio de 2008

H

H. no le pregunta cómo está. Aunque sabe que no está bien. No porque no le importe sino porque él es así.

H. no le dice nunca te echo de menos o te quiero, no porque no lo sienta sino porque él es así.

H. no dedica tiempo a preparar una sorpresa o elegir un regalo. No es porque no la quiera sino porque esas tonterías son formalidades y excentricidades que nada tienen que ver con los sentimientos verdaderos.

H. no le acaricia el pelo, y no es porque no piense que su pelo es dulce de acariciar, no es porque a ella no le guste, sino porque no le sale.

A H. no le salen ni las palabras, ni los mimos, ni las sorpresas, ni las caricias, ni los regalos, ni las llamadas inesperadas, ni los mensajes breves y cómpllices, ni el te invito a cenar esta noche, ni el estás súper guapa esta mañana, ni el me he acordado de ti, ni... pero H. tiene dentro un sentimiento inmenso, de una calidad exquisita.

Nadie lo duda, aunque nadie lo ha visto, él dice que es así.

A M., el hijo de H., le suspendieron matemáticas en junio. Se lo sabía todo, pero no escribió
nada en el examen.

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