miércoles, 6 de agosto de 2008

Aeropuertos


Si no existieran los aeropuertos habría que inventarlos.

En los aeropuertos todo está ordenado. Los retrasos y las esperas también. Y por eso nos entregamos con una docilidad pasmosa. Bajamos la testuz dentro de esos templos como no lo hacemos delante de los dioses de toda la vida.

C. metió en su mochila de mano en vez de en la maleta los tres botes de crema de protección solar. Factores 15, 20 y 30 respectivamente. Estaban a medias y yo confiaba en usarlos estas vacaciones.

-Lleva usted líquidos en esa bolsa.
-No, que yo sepa.

Sacamos las palas de la playa (con las que se puede abrir la cabeza a un copiloto), dos pelotas hinchables (que pueden matar a un sobrecargo tanto por asfixia como por indigestión), un ajefrez magnético (la amenaza de metérselas por el ano al piloto podría hacerle estrellar el avión contra el rascacielos que yo le pida), un libro de literatura juvenil y tapas duras (sin comentarios).

-¿Quiere que le dé a la niña delante de sus ojos de usted un poco de cada una de estas cremas para que pueda comprobar que no son corrosivas, ni combustibles, ni explosivas?
-Las reglas son las reglas.

Los tres botes a la basura. Se están tirando en todo el mundo miles de millones a las papeleras con la tontería esa d ela seguridad. Pero lo malo es que se tira al mismo tiempo la sensatez, en fragmentos pequeños y sin que nos demos cuenta.

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