Llego de una cena deliciosa compuesta por tres champiñones rellenos, dos rodajas de fuet y unos trocitos de queso. El termómetro del coche ha bajado de cero por primera vez en este invierno. Hace algo de frío también en mi cuarto mientras escribo que soy un hombre muy afortunado. Cuando las elegí en la tienda sabía que esas flores eran demasiado hermosas para durar. Y saber eso, lejos de enturbiar, me ha permitido disfrutarlas con plenitud.
Esta mañana el cielo es azul e intenso. Las margaritas de delante están tristes porque dos de sus compañeras han perdido algunos pétalos. Yo las consuelo quitándole importancia, hago un chiste y consigo que se rían. Al reírse se les caen las hojas más deprisa, por el temblor. Esto acelera el proceso. El fenómeno se denomina técnicamente "morirse de risa". Desayuno yogur con cereales. Me ducho y elijo una bolsa bonita para tirar ese ramo de flores.
Pero.
Pero ya lo haré mañana. Uf, qué despiste, se me ha hecho tardísimo.
Y sigo feliz como una perdiz, para mi desgracia.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
miércoles, 26 de noviembre de 2008
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