lunes, 16 de febrero de 2009

La biblioteca

Hay momentos en la vida en que uno tiende a rodear los charcos y otros en que prefiere meterse en ellos. Es una estupidez dormir solo habiendo tantos solos durmiendo por ahi. Un desperdicio. ¡Con lo que se podria ahorrar en edredones se montaba aire acondicionado en un poblado de chozas de Senegal! Muerde la vida. A veces muerde flojito como una amante discreta y otras da bocados como una rata furiosa.

En la biblioteca sólo se escucha el ruido de las paginas, los cuchicheos lejanos, el raspar de algunos bolis... lo otro deben ser respiraciones, me cuesta identificarlo. Pero son respiraciones, seguro. La fuga de los pensamientos, los pedales de mi bicicleta, los chubasqueros, los calcetines, las gomas de las coletas. Hay días que llevo bolso y otros no. La chica que se sentó a mi lado ayer, en la cena, llevaba un sujetador blanquísimo. No, no me asomé a su escote, no soy tan descarado, pero entre el primer botón y el segundo de su blusa se abrió una generosa mirilla, misterios de la física, del físico y de lo mental. No había mucho que sujetar y eso le daba a la prenda un interés adicional. Ese sujetador tenía la misma utilidad que una poesía, es decir, más bien poca... adornar, sugerir, invitar.

Sí, yo creo que el ruido de fondo que se escucha en la biblioteca es la suma de las respiraciones.

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