Arreglador de Semáforos. Esta mañana he salido a dar un paseo.
He comprado el periódico y un donut concho. En la esquina de Victor de la Serna con Colombia estaban arreglando el semáforo. Arreglar los semáforos tiene dos partes sencillas que son la alta y la media, las de los coches para que nos entendamos. Hay que abrir y cambiar la bombilla que va dentro, cuando se funde. Poco más. Hay otra parte más sencilla todavía que es la pintura. En cambio la luz que avisa a los peatones tiene su intríngulis. No solo está el hecho de reemplazar las bombillas, también hay que ver qué tal están los señores.
Como los emparejan en la fábrica, sin hacer un test de personalidad, pues a veces tienen incompatibilidad de caracteres y no se ponen de acuerdo a la hora de encenderse y apagarse. Normalmente el conflicto es entre el de arriba y el de abajo, pero otras veces se pican con los de enfrente, y hasta han llegado a oírse insultos de uno al otro lado de la calle.
Otro motivo de discusión es que, claro, el que anda, siempre es el mismo: el de verde. El otro se queda quieto. El arreglador de semáforos es un buen electricista, pero sobre todo tiene mucha psicología, mucha mano izquierda, y grandes dotes de conciliador. Está, por ejemplo, el problema del sombrero, no a todos los señores de los semáforos les apetece llevar sombrero, porque les parece pasado de moda, porque les da calor... el rojo y el verde se llevarán siempre, pero el sombrero... Además no se admiten mujeres. Esta discriminación es realmente vergonzosa ¡que estamos en 2005!. Según el Arreglador de Semáforos, el hecho de poner mujeres aumentaría la conflictividad laboral del sector de los hombrecillos, pero, por otro lado, les daría vidilla.
Cuando pasa el tiempo, más o menos a los 15 años de la instalación, los señores se van encorvando, por la edad, por el cansancio vital (o vial). Para un subsecretario, 15 años no son muchos pero fíjense en que los señores de los semáforos están ahí clavados todos los días del año y a todas horas.
El Arreglador de Semáforos me contaba que lo más duro para él es tener que comunicar al interfecto que ha llegado la hora de despedirle. Muchos, según me contaba, se encierran en su casa, se ponen un flexo en el culo y mientras con una mano lo encienden y lo apagan con la otra no paran de fumar y de beber. Otros, más afortunados, se echan una novía que sea, por ejemplo, adorno de navidad, e intentan sincronizar sus intermitencias el resto de la vida. Pero hay algunos que, presas de la desesperación, se arrojan al iglú de reciclaje.
El Arreglador de Semáforos es un tipo sensible, que se ocupa de todos estos problemas, eléctricos y humanos, cinco días a la semana. Lo que más me fastidia, me decía, es que a los viandantes les da igual, no se fijan en esos hombrecillos que les salvan la vida. Y mucho menos los conductores, esos son los peores, siempre obsesionados con el verde.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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ResponderEliminarlo mismo tesepone romanticón que te escribe una serie correlativa de oficios fascinantes o de misterios sin resolver .
Pero eso sí, nunca idénticamente iguales.
Me encantan los oficios fascinantes, y les echaba mucho de menos.
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