Él preparó una cena de naranjas. De colores naranjas. Gusanitos para picar. Fanta de beber. De primero crema de calabaza. Ensalada de zanahoria rayada. Mejillones en escabeche exquisitos de un pueblo de Galicia que hace conservas artesanales. Carpaccio de salmón con suspiros de azafrán. El plato fuerte son unos callos con garbanzos. Pero deconstruídos. En un cuenco diminuto un garbanzo, un trozo de callo, guindilla picada como harina espolvoreada, la salsa hecha espuma, y unas efímeras virutas de piel de naranja para dar el toque francés.
Mientras cenaron sonó música hindú. Ahora él saca unas túnicas que tenía preparadas -bien planchadas- y se las ponen. A ella se nota que se le ha subido la fanta de naranja a la cabeza, las burbujas, se entiende, y todo le parece bien, y se ríe... Bailan.
Puede que sea la intercesión de algún Dios pagano que han invocado sin querer con sus movimientos pélvicos poco acompasados, pero cuando le toma la mano, ella sonríe y le sigue.
Llegan a la habitación. el fuego de la chimenea ha amainado y sólo quedan brasas, muchas brasas que han caldeado esta estancia. Ella se tumba en las sábanas naranjas tras apartar el edredón del mismo color. Se hace un revoltijo con la túnica y un instante después se la quita. Riendo a carcajadas. No intercambian palabras. No hace falta.
Dejan que caigan sobre ellos buenas ideas, azúcar mental, de la misma manera que el rocío cubre el campo con su manto. Él coloca sobre el coxis de ella un verso que tenía guardado extendiéndolo con mimo, deposita en su nuca cierto beso que no había usado nunca, uno nuevo. De ella emana ella. Ella concentrada. En esencia. Ella de sus ojos, ella de sus poros, ella de sus labios entreabiertos. Sólo ella. Y a él tanta generosidad le apabulla. Yacer con alguien y que se vierta... yacer con alguien a secas... yacer con alguien y que no estén ni su pasado ni su pudor ni su mañana para vigilarla, para acotarla... lo más.
Ahora las narices están justo a la misma altura. Las almohadas debajo de las cabezas. Podría decirse que se están apuntando con las narices. Ella le coge la cabeza entre sus manos. Y con mucha picardía, una malicia bendita y un tepuedo tierno escrito en la mirada le dice: eres un redundante, pero me gustas.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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Así se escribe.
ResponderEliminarGracias
Que potito...
ResponderEliminarSr.Redundante un momento.
ResponderEliminarFiuuuuuuuuhhh PUM!
Fiuuuuuuuuuuuuuhhh PUM!
Ahora.
Te olvidaste unas mandarinas de postre, aunque fueran para el día siguiente, de esas con la piel relajada que se pelan muy fácil.