Tengo un dolor en el estómago.
Como si se me hubiera atragantado algún trozo de la vida.
Por no masticarlo bien.
O porque estaba pasado de fecha.
O simplemente porque no era digerible: no es de nadie la culpa.
Lo noto en que escribo por los rincones, en posturas incómodas, en papeles sueltos. Escribo como vomita el borracho antes de volver a casa. Para que no se me quede nada malo dentro. Tampoco nada bueno. Coloco siempre la fecha en una esquina. A la manera en que la han de llevar los billetes de los trenes.
Cuelgan los racimos de flores blancas de la glicinia sobre el banco de madera.
Y no hay nadie sentado en él.
Tengo el banco de madera, tengo el blanco de las flores, tengo el cielo, naranja por las noches, y de azules briosos por el día. Y tengo un dolor en el estómago, como si, por comérmela deprisa, se me hubiera atragantado algún trozo de la vida.
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