sábado, 18 de julio de 2009

Alivio

Me he despertado normal.

Pero después de desayunar, sumido en densas cavilaciones, me he asomado a la terraza y me ha parecido que, con la brisa de las 9 de la mañana, ha escapado parte de mi identidad.

De repente no me siento español (aunque tampoco de ningún otro país), no tengo un bagaje cultural (no sé si he leído o me he pasado la vida delante de la tele) no me siento calvo, a pesar de no tener pelo y no me acuerdo de si detesto las coles de Bruselas o no. Reviso mi identidad sexual por ver si ahí también me falta algo y compruebo que me siento hombre, pero sin ínfulas, un hombre sin mucha convicción, por designio del azar. Vamos, que eso no ha cambiado mucho.

Salgo de casa y paseo por la calle Colombia. Después de tres manzanas he llegado a Principe de Vergara. Cojo un autobús que me lleve al centro. me bajo al final de la calle Alcalá y camino hasta Sol. Hace bastante sol. Son las 11 y media. No sé si soy de izquierdas o de derechas. Me doy cuenta de ello al mirar las banderas.

Bullicio de guiris, ociosos, repartidores de cosas y algún que otro recogedor de carteras y limpiador de bolsos. Es curioso porque, carente de parte de mi identidad, me muevo más ligero, y me fijo en cosas que antes obviaba. Cerca de Burger King reparo en que no sé si soy vegetariano o no. No sé si soy de los que llaman a esta comida "comida basura" o de los que la disfrutan. Siento que soy muy pocas cosas. La ráfaga de viento de las 9 de la mañana ha dejado mi identidad en bien poco. Soy muy poco. Enfilo la calle Arenal y al llegar al pasaje de San Ginés me paro en las librerías de viejo. No sé por qué lo he hecho puesto que no sé si soy un intelectual o un garrulo, o un pseudointelectual, o un pseudogarrulo ¿seré un snob? No lo sé.

Me compro una novela negra, edición de bolsillo, en francés. Es la primera decisión que tomo desde que salí de casa. Me atraía la portada. Las tapas están sobadas y las esquinas un poco levantadas. Me produce una extraña sensación de bienestar apretar fuerte este libro. Yo no tengo ni idea de francés, y no recuerdo haberme interesado nunca por la novela negra. Pero a su lado descubro que soy alguien. No sé todavía... probablemente sólo soy uno de esos tipos que compra un libro de segunda mano en idioma desconocido una mañana de sábado cualquiera, pero algo es algo.

Me paro a pedir un café y, como no sé si me gusta el café, el té o ninguna de las dos cosas- pido lo segundo de la lista que resulta ser un granizado de mango. He dejado el libro en la barra para pagar y la camarera se ha fijado en él y luego me ha mirado con cierto interés. Sigo bajando por Arenal con mi granizado de mango en una mano y mi libro de novela negra en francés en la otra y decido entrar en la tienda del Real Madrid y comprarme una camiseta oficial con el nombre de Guti a la espalda. ¿Se la envuelvo? No, me la llevo puesta.

Estoy llegando a Ópera, bajo las escaleras del metro sin tener claro si soy de esas personas que no soportan los espacios cerrados, para probar. Descubro que tolero el olor de mis semejantes, cierta cantidad de muchedumbre, el ruido del tren y al rumano del acordeón. No he bebido el granizado pero lo llevo, no he abierto el libro pero lo agarro. La camiseta me sienta francamente bien.

Soy alguien por fin.

No sé cuánto me durará. Supongo que, al menos, hasta el final de trayecto.

No sé si me gusta ser alguien concreto. ¿O prefiero no saber qué soy?

Después de muchos años de forjar una identidad, se la puede llevar el viento, lejos, y la sensación no es desagradable, casi un alivio.

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