Las migas
sobre el mantel.
Las estrellas
ahí arriba.
Los lunares
de la espalda.
Han llegado las noches suaves de verano, con esa cadencia que tanto me gusta.
Se han caído unas cuantas notas del piano. Unas corcheas de la escala de Si bemol. Cojo la escoba. Las recojo.
¿Qué leyes extrañas rigen nuestros ritmos? Los de los humanos. Los de los bichos en general.
Se ha acurrucado C. conmigo en la hamaca después de cenar. Como un cachorrillo ya muy grande. Mientras, bajaba despacio el telón de la tarde.
Hemos visto perseguirse a las golondrinas en un baile frenético (también a otros pájaros de otros tamaños que para no arriesgarme denominaré también "golondrinas") parece que hubieran repartido anfetas.
Las golondrinas vuelan eufóricas al ponerse el sol y al salir.
Al ponerse lo hacen en una celebración a lo carpe diem, por si se acaba todo, por si el apagón es definitivo. Se comen los últimos minutos de la tarde con los dedos, lo viven a saco: cantan, se aparean y sobrepasan todos los límites de velocidad prescritos en el cielo de Madrid.
Por la mañana lo hacen por otras razones: para celebrar que empieza todo de nuevo, que el apagón había sido una broma, que el Sol es un gamberro que juega al escondite. Y otra vez a cantar, a aparearse y a volar a lo kamikaze.
El resto del día es un trámite.
Me he bebido los últimos años apurando cada ocaso como si fuese el último y haciendo una fiesta cada vez que salía el sol. Como hacen las golondrinas. Ahora estoy en una ventanilla, rellenando formularios. No sé si son multas por exceso de velocidad o impuestos atrasados.
El caso es que hoy toca trámites.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
martes, 8 de junio de 2010
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