Intento no llamarla.
No mirar. No buscarla.
Y casi siempre lo consigo.
Casi siempre.
Me zambullo en mis cosas
amordazo el corazón
y no la escucho.
Casi podría decir que la estoy olvidando.
Paso al lado de unas flores y evito cogerlas.
Miro al cielo y me suscribo.
Pero luego me borro.
Me tengo terminantemente prohibidos los recuerdos.
Para que esté bien,
para no despertarla,
ya no le canto.
Me miro en el espejo
y me veo la roña,
las amputaciones.
Se me apagaron los versos,
de no contarlos
se me cayeron las manos
de no tocarla
se me secaron los brazos
de no alcanzarla
se me cegaron los ojos
de no mirarla
y me volví bastante tonto
por no soñar
Nadie puede querer a un ciego manco y tonto.
De nada sirven los versos que no florecen.
Todo empezó por casualidad:
por no llamarla.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
viernes, 15 de agosto de 2008
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