Escribe uno para ser mejor. O porque no tiene más remedio. Escribe para ahorrarse el Prozac, las balas o el arsénico. Escribe para zafarse del miedo, para charlar con alguien aunque ese alguien sea uno mismo. Escribe como quien mancha de carmín un espejo. Yo, por ejemplo, ahora mismo debería estar durmiendo.
Ha escrito C. su carta a los Reyes Magos y cómo será que no me atrevo a reproducirla aquí. Es cruda y dice lo que le gustaría cambiar de las personas que le rodean. Podría pensar que la escribió con sinceridad, pero no, la escribió delante de mí y le salía. Una palabra detrás de otra. Escribió esa carta porque no podía escribir otra. Porque tenía que soltarlo. La escribió porque no tenía más remedio.
-Papá, ¿estamos solos, verdad?
-No hija, tenemos amigos, familia, y nos tenemos el uno al otro.
-No hablo de ti o de mí en concreto, hablo de... de todos.
-...
-...
-Pues sí. Estamos solos.
-No, si no me importa. Ya lo pensaba yo. Era por asegurarme.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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