Me da por pensar, algunos días, que si fuera capaz de escribir la mejor estrofa podría enamorarla.
Con unos versos carnosos y tiernos, comestibles.
Si pudiera escribir, por ejemplo, una manzana después de un dia de verano trabajando el campo, si pudiera escribir un baño de agua caliente cuando te duelen los pies y el alma a partes iguales, si pudiera escribir lo que es un abrazo cuando la soledad se ha instalado en cada centímetro de la piel, si pudiera escribir esa energía cósmica mágica que vive entre las sábanas de una mañana de enero.
Pero esas cosas yo no las puedo escribir, porque no sé.
Aunque a lo mejor no es eso. Y que yo escribiera el párrafo más inspirado no serviría de nada.
¡Ya sé!
Si le escribiera cada día un mensaje, uno distinto, envenenado de dulzura, uno de su talla justa, uno que acertara en la diana de sus nubes y sus soles.... un mensaje sorpresa cada día. Entonces no es sorpresa.
Pero a lo mejor tampoco es eso. Y tampoco habría manera si...
Ella no quiere que yo escriba. Prefiere que yo sea la escritura, que me haga caligrafía y palabras, que mis manos sean verbos delicatessen, y mis ojos adjetivos mundiales, qué digo, requetemundiales, y mis piernas la contundencia de un renglón y mis otros miembros puntuación, conjugación y sintaxis. Ella me querría si yo fuera poesía.
Pero no, puede que tampoco sea eso. Además yo no sé ser palabras, como mucho aspiro a lápiz, fíjate.
Y así, de lápiz... malamente,
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
jueves, 31 de enero de 2008
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