
Contemplo mi explotación agraria satisfecho.
Pensando en mi hija, orondo exclamo: "algún día todo esto será tuyo". No se lo digo para no cargarla de responsabilidad, es aún muy joven. Y también para que no piense que su padre está loco.


Esta plantita.
Cada vez que paso al lado me paro a mirarla. Sin tocar. Le hablo. Focalizo en ella todos mis deseos de que crezca y se haga fuerte. Creo que se lo he dicho hasta en inglés. Ella permanece muda. Ni un gesto, completamente quieta. No me llama. Tampoco me rechaza. Y crece, pero muy muy despacio. A su manera. ¿Será mi impaciencia?
El caso es que esta tarde he aprendido de su silencio que hay cosas que no se modificarán por mucho que yo lo intente, ni aunque vierta lo mejor de mí.
Que lo correcto es dejarlas al sol y al tiempo expuestas.
Que como con las almejas,
intentar abrirlas sólo sirve para que se cierren con más fuerza.
Que no hay material más recio que las ideas.
Que me basta, ante este pequeño milagro, con estar cerca.
Quizá sea aplicable este haiku a un hijo, a una canción, a un folio en blanco o a esa tuerca de la bici que se oxidó y ahora no hay manera.
Quizá sea simplemente el clamoxil, que me debilita la mollera.
¿Ahora te de por los bienes raíces?
ResponderEliminarYo solo tengo cactus. Esos si que son “amores imposibles”, cuidarlos es la coña, contra menos los riegas mejor están y si los plantas con poca tierra y algunas piedras, crecen mas altos porque ellos solos se buscan la vida.