Siempre he pensado que las caricias son palabras que se escriben en la piel. Las escribe quien las da. Y quien las recibe se las lleva puestas.
Se escriben sin saber qué significan. En un idioma que no hablamos ni entendemos. Un idioma de tocar.
Todos tenemos el cuerpo lleno de palabras. Escritas con tinta invisible pero indeleble. Unos tienen decenas de páginas y otros cientos. Los que tienen unos pocos renglones están necesariamente mal de salud.
Las caricias dejan a su paso tatuajes invisibles.
Las huellas dactilares son la tinta en los dedos del escritor: un residuo que delata. Por mucho que miremos con lupa nuestros propios dedos no conseguimos descifrar ni una sola letra. Prueben ustedes. Y en cambio es evidente que esos laberintos de nuestras yemas son precisamente letras amontonadas con las que componer caricias.
Hace poco he leído que un científico de la universidad de Seul ha conseguido inventar un método que hace visibles esos mensajes. Se basa en que nuestra piel por ser orgánica es rica en carbono. Uno de los isótopos del carbono, concretamente el 17, tiene una estructura atómica muy compleja. Las órbitas que describen los electrones guardan entre si unos ángulos específicos y el spin de cada uno de ellos se puede alterar para girar en sentido inverso. Esta combinación de ángulos y spines conforma una cadena lógica que se modifica con el contacto de otra piel, y no con el de la ropa, metales u otros materiales. El caso es que este doctor, de cuyo nombre no me acuerdo, ha conseguido descifrar esos mensajes. La prueba que ha mostrado ante la comunidad científica ha sido sencilla y concluyente. En la piel de un recién nacido (lo más cercano a folio en blanco) ha impuesto sus manos y transmitido cierto mensaje. Luego se ha "escaneado" con la máquina de su invención la espalda del bebé y han aparecido (en coreano, claro) las palabras: bienvenido, hijo del amor y el viento.
Asombroso.
Lo leo en un sitio web de ciencia muy sesudo y reputado. Comunidad científica con pedigrí. Me quedo pensando.
Que lo mismo tengo la espalda llena de corazones atravesados con flechas como los árboles del Retiro.
Algunas tachaduras.
La fecha de una noche vertiginosamente larga.
Algún Vanessa estuvo aquí (el nombre ha sido cambiado).
Pero no quiero mirármela con el aparato ése. No sea que me encuentre...
una lista de la compra,
una comparativa con amantes previos al modo de Coche Actual,
un mañana tengo que madrugar mucho.
O un tristísimo tan abrazada a ti y echándote tanto de menos.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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Tengo un abecedario de caricias, que voy ampliando día a día. Todos tenemos el nuestro.
ResponderEliminarPero creo que las caricias deben quedarse ahí. Debemos disfrutarlas y compartirlas, no escanearlas.
Los científicos deben estar muy aburridos. O muy locos. O las dos cosas a la vez.
De todas formas, hoy es un buen día para leer en la piel (también para escribir).