Cuando era pequeño me rayaba con facilidad. me dejaba abducir por mundos paralelos, cercanos y mucho más interesantes.
En clase me aburría. Y era el momento perfecto para viajar. Entornaba los ojos hasta que las pestañas difuminaban lo que veía. Aparecían unos rayos misteriosos de las fuentes de luz. Se vestían los cuerpos con unas texturas especiales. Andresito dejaba de ser Andresito. El aula se convertía en un universo de luces distorsionadas y colores asombrosos. Formas raras, imprevisibles. Movía la cabeza, miraba lejos o cerca. Disfrutaba mucho. Yo ya sabía sumar hacía unas semanas. por qué tenía que escuchar esa mierda otra vez.
Como entonces no estaban tan extendidos como ahora por el sistema educativo los alucinógenos de diseño, mi maestra hacía un diagnóstico sencillo y se lo transmitia a mis padres. "El niño es listo pero está un poco sonado. Vigílenlo". A mí no me decían nada y yo seguía alucinando en colores (literal).
En el instituto aprendí a desenfocar los ojos y mirar los reflejos que se producían en la parte interna del cristal de mis gafas. El efecto era parecido. Pero al mover los brazos por encima de la cabeza esos reflejos variaban. Yo entonces no sabía por qué, ahora deduzco que mis brazos hacían sombras y se interponían entre distintos rayos de luz y mis lentes. Ver a un niño bracear con la mirada perdida mientras intentas explicar matrices es desalentador para el profesor. Me lo explicó Don Ramiro y yo le comprendí y le dije que no sabía cómo podía haberme ocurrido, pero que no iba a volver a pasar. Lo primero, mentira. Lo segundo, verdad.
Y empecé a rayarme con las palabras. Sobre todo en los exámenes. Acababa pronto, porque lo que me sabía lo ponía y lo que no, pues no. ¿Para qué iba a esperar? "Repásalo otra vez". No me da la gana. Y me entretenía repitiendo una y otra vez la misma palabra. No como monja y jamón, sino despacio, escuchándola, haciéndola resonar dentro. Examen de latín. Incolae, incolae, incolae, in-co la-e. De repetirla perdía el significado, sólo sonaba, sonaba, sonaba, crecía, se apoderaba de otras palabras que tenía al lado, llenaba el cuaderno, y llenaba también mi vida. Tapaba los agujeros. Incolae, incolae. Y yo de repente sentía un vértigo atroz. Pensando que se me iban a olvidar las demás palabras cuando ésa creciera tanto que las expulsara de mi cerebro. incolae.
Eso por no contar los juegos psicodélicos que aparecían al cerrar los ojos... mis favoritos eran los que aparecían tumbado en la hierba con el sol dando fuerte en la cara.
Yo, estas cosas no las comentaba. Por prudencia. Sabía que algunas de mis descripciones incomodaban a mis amigos, me miraban raro. Mucho más los mayores. No. calladito estaba más guapo.
Ahora creo que no sé pa´que se gasta la gente el dineral que se gasta en drogas, si con cuatro truquitos...
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
lunes, 2 de abril de 2007
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