Desde pequeño me insistieron mucho en no destacar. En no ser disonante. Está muy feo llamar la atención. Había que cumplir las normas y seguir los designios. Integrarse. No me explicaban por qué, pero iba en el mismo paquete de "los extremos se juntan", "cuando dos discuten ninguno tiene la razón" y "la virtud está en el término medio".
Durante un tiempo hice más o menos lo que se pedía de mí. Pero me estresaba mucho, y poco a poco fui sacando los pies del tiesto.
No es fácil el campo a través, es mucho más confortable el camino, a uno le pesan mucho los modelos. ¡Es tan fatigoso salirse del redil!
Me escapo. A ratos me escurro como una trucha y me pierdo bajo las aguas revueltas y espumosas. Nadie sabe en realidad dónde paro. Ni qué pienso. Ni dónde dormí anoche. No sabes cuáles son mis sueños y así te evito la tentación de ponerles una verja, unas flores o siquiera un nombre.
Llevo una temporada que no hay quién me ate. Y eso me sienta bien. Porque me encuentro, de alguna manera me encuentro. A fuerza de perderme en mis soledades o en mis multitudes, me encuentro. Y me gusto unos días más y otros menos. Y me pregunto, y me contesto. Y me llamo pringado a mí mismo y eso me reconforta.
He descubierto que sólo hay una cosa que me fastidie más que que me digan lo que tengo que hacer o cómo tengo que hacerlo. Y esa cosa es que, además, me den razones.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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ufffff
ResponderEliminarno me extraña!
por cierto, he vuelto y eso que el tema de la fidelización ha estado un tanto flojo.
ResponderEliminar(claro que lo mismo ni se me había echado de menos)
se echan a todos de menos...
ResponderEliminarSi, se echan de menos los comentarios de los comenteros.
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