Anoche los racimos de flores de glicinia suplantaban a las estrellas en las tareas de adornar el cielo. Te llamé y no estabas.
El cielo de Madrid es una verdad sin grietas. Peculiar, sí. Con sus naranjas marcianos, sus aviones, sus reflejos...
Siempre me he preguntado cómo sería mirar la cúpula plateada de la olla a presión Magefesa desde dentro. Ningún humano lo ha conseguido -que yo sepa. Quizá sea parecida a este cielo de Madrid que me embelesa, que me subyuga. ¡Quién pudiera ser judia verde!
No hay fronteras.
No hay límites, si no los los pones tú.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
sábado, 26 de abril de 2008
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