Sólo hay dos maneras de estar: o rodeado de mentiras o rodeado de incertidumbre. O mentiras o dudas. Las mentiras nos las montamos nosotros como los muebles de IKEA. Las incertidumbres crecen solas, como crece la hierba o como crece el mar. Abres los ojos y las ves, no hay más.
Siempre me han dado pena los tipos que cenan solos en un restaurante. Cuanto más caro más pena. Porque si ves a alguien solo en un burguerkín te parece provisional. Pero en uno de a 100 euros el cubierto... eso tiene peor arreglo. Que es indefinido, que se ha rendido, que se ha cansado de esperar.
Estamos solos, lo decía Fromm (y tantos otros). Está solo el tipo del restaurante y tú y yo. Aunque tengas novia o gato, estás solo, que lo sepas. A lo largo de nuestra vida tenemos pasajes en que nos llena la ilusoria sensación de estar acompañados. Ja, ja, ja. Al principio es nuestra madre, luego nuestros amigos, luego un amor (el amor resulta ser un psicotrópico estupendo para borrar la soledad, pero dura lo que dura. Siempre poco). También cumplen la función de aplacar la sensación existencial de soledad los otros 49999 espectadores del estadio y el perro ése que compraste para que alguien necesitara que lo sacases a mear. Pero ésta, como tantas otras ilusiones, pasa, se desvanece. Y un día te asomas a la vida, una noche cualquiera de un martes cualquiera y te aborda la soledad, la heavy-metal, la auténtica, la de toda la vida. Como un mendigo pidiendo un pitillo. "O te buscas una cohartada o aquí estoy, para quedarme".
Porque la única certeza es que estamos solos. Irremediablemente solos. Más vale que te acostumbres. Y lo demás son ficciones, ilusiones. Mentiras. De colores, estampadas, de alta costura o pret a porter. Dulces mentiras.
Me he sentado en una mesa según se entra a la derecha. Los martes no hace falta reservar. He pedido tartar de atún rojo con pistachos y patatas fritas. De postre: dulce de fruta de la pasión con chocolate blanco y jenjibre. Más que otra cosa, por el nombre. Las servilletas eran de tela, así que he tenido que sacar la libreta para escribir este post. Me he acordado de Paul Auster, no sé por qué. Al terminar el postre se ha acercado el camarero: le apetecen un habano y un orujo de la Liébana como siempre señor R. y le he contestado: "sí, por favor, a ver si de una vez se dan cuenta mis lectores de que todo, pero todo todo en este blog, es mentira, es ficción."
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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