viernes, 15 de mayo de 2009

Domingo

Estamos leyendo en la cama, tirados, a las 7 de la tarde.

-Papá ¿una "montaña que se mueve"?

("Montaña que se mueve" es un juego que inventé para su hermano mayor que consiste en que yo me pongo a cuatro patas y ella se encarama y se agarra con todas sus fuerzas y yo tengo que moverme hasta hacerla caer)

-Ya no podemos jugar, eres muy grande, no tengo fuerzas.

-Por favor, papá, la última de mi vida, no te lo vuelvo a pedir, de verdad.

-Bueno, vale.

Se sube y entrelaza los brazos y las piernas y no hay manera de tirarla. Tengo que conseguir que se ría, o que se despiste y afloje, esperar el momento, si no, no hay manera. Me empleo a fondo y, por fin, lo consigo.

-¡¡Otra!!

-Pero, qué dices, era la última.

-No vale, era de calentamiento.

-Qué morro tienes, no puedo, estoy rendido.

-Entonces una "peleílla".

Me río. Para mis adentros pienso que me va a dar mucha pena cuando crezca y ya no se acuerde de estos juegos, de estas tardes de domingo en que pasamos de leer tranquilamente a retozar como el león grandote y el cachorro escuálido que somos.

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