Estamos leyendo en la cama, tirados, a las 7 de la tarde.
-Papá ¿una "montaña que se mueve"?
("Montaña que se mueve" es un juego que inventé para su hermano mayor que consiste en que yo me pongo a cuatro patas y ella se encarama y se agarra con todas sus fuerzas y yo tengo que moverme hasta hacerla caer)
-Ya no podemos jugar, eres muy grande, no tengo fuerzas.
-Por favor, papá, la última de mi vida, no te lo vuelvo a pedir, de verdad.
-Bueno, vale.
Se sube y entrelaza los brazos y las piernas y no hay manera de tirarla. Tengo que conseguir que se ría, o que se despiste y afloje, esperar el momento, si no, no hay manera. Me empleo a fondo y, por fin, lo consigo.
-¡¡Otra!!
-Pero, qué dices, era la última.
-No vale, era de calentamiento.
-Qué morro tienes, no puedo, estoy rendido.
-Entonces una "peleílla".
Me río. Para mis adentros pienso que me va a dar mucha pena cuando crezca y ya no se acuerde de estos juegos, de estas tardes de domingo en que pasamos de leer tranquilamente a retozar como el león grandote y el cachorro escuálido que somos.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
viernes, 15 de mayo de 2009
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