lunes, 11 de julio de 2005

Lenguas y cuchillos

La otra noche me invitaron a cenar en un restaurante caro. Era un sitio muy agradable, bien decorado, cómodo y sin petulancias. La comida estaba muy rica. Osea que era caro para mí, para lo que daban podía ser hasta barato. La camarera era muy guapa, llevaba una blusa blanca, corta, que dejaba ver un trozo de piel -carne- entre el ombligo -que no se veía- y la cinturilla del pantalón negro. Se movía como si las exquisiteces de la carta colmaran los apetitos de los clientes con holgura y ninguno se fuera a fijar en la carne de la camarera. Supongo. Pero se equivocaba.

No iba yo a contar lo de la camarera sino otro suceso más sabroso: tres mesas más allá estaba sentada una mujer bellísima. Al principio no la reconocí, pero, justo al terminas el foie con cinco apellidos... ¡coño! -perdón, quise poner "recórcholis"- pero si es Fanny Ardant. ¡Qué lástima que no esté aquí mi amigo F. Es que F. ha hecho público en muchas ocasiones que bebe los vientos por esta diva del cine. Disfruté de la cena, del lugar, del trozo de carne de la camarera, de la contemplación de Fanny Ardant, y -por adelantado- disfruté de contárselo a F. Ya me imaginaba: ¿a que no sabes a quien vi la otra noche?. Y me relamía. Es que soy muy disfrutón.
No os podéis imaginar con qué delicadeza pinchaba Fanny Ardant un trozo, se lo llevaba a los labios y cuando mi corazón daba un vuelco pensando en que se iba a estrellar contra la boca cerrada, la abría, justo en el último instante. ¡Qué coordinación! En 10 bocados dio cuenta de un Terriné de verduras acarameladas con virutas de jadeos de naranja y espuma de ajonjolí macerado a la esencia de ajete silvestre Chantyllón... poco hecho. Los conté, 10. Y después de masticar el último, se acercó el cuchillo a la boca y lo chupó.

Ahí yo tuve una macedonia de sentimientos enfrentados porque, por un lado el gesto me parecía burdo, de persona poco cultivada, pero por otro estaba lleno de sensualidad. Y de precisión, porque no se cortó la lengua o, si lo hizo, se tragó toda la sangre, que allí nadie se dio cuenta. La macedonia de sentimientos se me convirtió en incertidumbre e irritabilidad al no poder decantarme entre si que Fanny Ardant chupara el cuchillo al terminar un plato -lo hizo también con el segundo y con el postre- era una ordinariez y debía servir para que yo la destronara del Olimpo de mis insomios o en cambio era signo de sublime espontaneidad y merecedor de que yo destronara a todas las demás inquilinas dejándola a ella sola, y añadiera dos pisos a ese Olimpo y le instalara un jacuzzi.

Mis compañeros de mesa me notaron que estaba perdido en cavilaciones porque no probé el postre: Helado de leche bastante merengada con raspadura de limón sobre sopa fría de mango y crujiente de suspiros de chocolate -el crujiente de suspiros de chocolate era en realidad chococrispis macerados en el bolsillo de una niña de colegio de monjas, lo juro.
Cuando terminamos cogí mi bolso y dejé las elucubraciones, que no me gusta a mí llevarme nada de los restaurantes. Pero no pude evitar, al pasar a su lado, afinar el oído por si se le escapaba un eructito y jurarle amor eterno mirándole a la boca.

6 comentarios:

  1. Espontaneidad, sin duda.
    Cuando eres una de las grandes, puede chupar el cuchillo, y hacer lo que te de la gana.
    Si además era sensual, ponle la jacuzzi,

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  2. Sueño con lenguas... con lenguas y cuchillos.

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  3. Freud tendría mucho que decir acerca del cuchillo.

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  4. El protocolo se inventó para saltarselo!!!. Las reglas en la mesa van en función de las sensaciones que te produzca lo que vas degustando.

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  5. Y a estas horas F. sin decir esta boca es mía...

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  6. A f se le ha comido la lengua el gato. O se la ha cortado accidentalmente chupando un cuchillo.

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Mudanza

Han pasado 7 años y pico desde que nació a2manos . Y ha sido una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Auténtica, arriesgada...