Miro las botas emparejadas al lado de la cama.
Sucias. Viejas.
No pueden disimular, llevan muchos caminos a cuestas.
Si me quedo en silencio parece que respiran. No apuntan hacia mí, sino hacia la ventana, hacia el exterior. Como el perro que araña la puerta para que lo saquen, mis botas siempre están dispuestas. Soy yo quien duda, ellas nunca se pararon en seco ni se negaron a saltar. Soy yo quien tiene miedo.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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Al levantarte y ponertelas ¿que ha pasado? ¿Te han sacado de paseo?, ¿te han obligado a saltar? o ¿se les ha contagiado el miedo?
ResponderEliminarSi funcionan paténtalas.