lunes, 18 de julio de 2005

Pinchos



Un día un hombre elevó una lanza contra el cielo.
Luego la dejó quieta, apuntando hacia arriba.
Después no había edificio muy importante, medio importante o poco importante que no tuviera su pincho o varios pinchos dirigidos al cielo.
No se sabe si aquel hombre elevó su lanza para defenderse o para atacar.
No se sabe si fue por arrogancia o por miedo.
No estoy seguro de que esos espinos oxidados puedan nada contra las tormentas, los soles inclementes o el viento del norte. Pero si yo fuera cielo preferiría yacer en una bahía en calma, o en un océano arrugado antes que sobre una ciudad.
Eso sí, teniendo cuidado de no clavarme los veleros.

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