domingo, 2 de abril de 2006

Ganas

Me he dado cuenta cuando he salido de la ducha. ¿Dónde está mi cabeza? He hecho el gesto, lógico, de mirarme al espejo, pero, ¿con qué? He tratado de pedir ayuda, pero ¿con qué? No oía nada. ¿Estaba sólo? Esto es ridículo: sin cabeza, pero pensando o algo parecido. Quizá es que la cabeza está en otra parte, reflexioné. Y eso es lo que me pasa: tengo la cabeza en otra parte. A la gente le pasa cuando se enamora. No es el caso. Bueno, sí, pero es un estado bastante habitual en mi. Ya lo sé, eso es imposible y patatín y patatán. Pues no, no lo es. Al menos para mi.

Pero tengo la cabeza en otro sitio. No precisamente cerca. Escribo y me da vueltas en la saviola -de vez en cuando la siento muy cerca de mi, qué le vamos a hacer (la expresión en cursiva es lunfardo)- el título de un libro de Kundera de cuando había que leer a Kundera, allá por los '80 y abandonando la adolescencia para entrar en no se sabe qué. El ser está en otra parte, se llamaba.

Tengo la cabeza en ninguna parte, o quizá donde no debo, porque todo pueden ser alegrías, pero también pueden ser tristezas. Da igual, alegrías y tristezas no pueden vivir la una sin la otra, y las dos se van y vienen cuando les place.

Hoy necesito un beso, pero no lo voy a pedir. Me quedo con las ganas.

1 comentario:

  1. Pues ya somos dos. ¿Por qué será ten difícil pedirlo? Si mucha gente lo estará deseando... A mí por lo menos me encantaría que me lo pidieran

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