Él se está matando con la puta coca. No es que se le haya desgastado el tabique. No es que mañana un ictus le deje vegetal en una silla de ruedas. Es que se está matando de soledad, que es el cáncer peor de todos.
Ya nadie le llama. Cuando nadie te llama te mueres.
Ya nadie le cree. Cuando nadie te cree estás muerto.
Cuando sólo te coge el teléfono tu camello, algo no anda bien.
Qué podemos hacer sus amigos.
Podemos escribir un discurso bonito y emotivo para leer cuando vayamos a su entierro.
Podemos alejarnos para que si tira de nosotros no nos hundamos con él.
Podemos prestarle más dinero para que se meta más, que es lo que quiere, y acabe antes. Podemos no prestárselo para que se desespere y se tire por la ventana. Podemos darnos la vuelta, mirar a otro lado y quedarnos con el recuerdo de su talento y su sentido del humor brillante bien trituraditos sobre un espejo.
Vuelvo en bici del centro y le veo durmiendo en los bancos de la Castellana.
Hoy no me interesa la coca como el aderezo transgresor y picante de las biografías de Joplin, Porter, Hendrix o Mick Jagger.
A él la coca no le hace genial e inspirado, solo le inyecta sangre en los ojos y le insta a poner un ladrillo tras otro en el muro que le aparta del resto del mundo, que le garantiza la soledad oscura. El muro que poco a poco, le va quitando la vida.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
domingo, 26 de agosto de 2007
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