domingo, 18 de enero de 2009

Estoyaquí

La llamo y hablamos durante casi una hora. Una parte del tiempo no decimos nada de valor. La otra parte tampoco. Qué has hecho hoy, qué vas a hacer mañana, qué has visto, con quién has estado. Ninguna parte de esa información es relevante, ni me importa saberlo ni a ella decirlo. Pero hablamos y las palabras del otro son un eco de complicidad: estoyaquí, estoyaquí, estoyaquí... La gran batalla existencial es contra la soledad, y por eso las empresas de telefonía se forran. El 99% de las llamadas son para decir estoyaquí, estoyaquí, estoyaquí. Y para escucharlo. Ésas precisamente son las llamadas esenciales. Habla la madre y el bebé mira como si entendiera. Y en efecto entiende: estoyaquí, estoyaquí, estoyaquí. ¿Es que hay algo más que entender? Es el sonido de la voz, la música que encierra, lo importante. Luego cuelgo y me quedo otra vez solo. Y ella también. El silencio va echando tierra a toda velocidad sobre el recuerdo de su compañía. Entonces silbo, o canto algo... y en ese escucharme hay también un estoyaquí, estoyaquí, estoyaquí. Sucedáneo, imaginario, masturbatorio... si, puede que sí. Pero me servirá hasta que vuelva otra vez a escucharte.

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