Casi sin darme cuenta me he convertido en uno de ellos, uno de esos ciudadanos que se pasan la primera hora del día metidos en un atasco. Con mi No somos nadie, con Radio 5, o con mi Cole Porter, mi Jobim... Si viene el bichito, y en uno de los dos trayectos viene, tiramos cada uno de su lado de la almohada y, cuando ella puede más, acabamos escuchando la BSO de Grease o un recopilatorio de canciones italianas de los setenta: sus favoritos al día de hoy. A ella la radio no le gusta porque no la entiende (dice). Qué sabia edad, los mayores tampoco la entendemos pero no decimos nada.
Hay una luz preciosa en Madrid en otoño (y en verano y en invierno y en primavera, es que soy fan). Una de las ventajas de disfrutar de atascos a distintas horas del día es que puedes comparar la luz a distintas horas.
Me despertó Dani Klein, una de mis tres voces favoritas, con Don´t cry for Louie, la primera canción que escuché de Vaya con Dios hace ya ¿18 años? dejé sonar los tres minutos y salté encima de C. para morderla, hacerle cosquillas y corre, corre que no llegamos. Ella desayunó cereales y yo un Bio de frutas del bosque y dos espárragos trigueros a la plancha, fríos, de la noche anterior.
Madrid-Las Matas. 32 min. con retenciones en la incorporación a la M30 y también en la incorporación a la A6. Grease BSO, pero sólo las que tienen marcha.
La vuelta me llevó 50 min. Van Morrison en el asiento del copiloto. Como somos dos puedo meterme en el carril BUS-VAO. Me para un Guardia Civil, dice que en el coche sólo va uno. Se lo explico, me hace un test de alcoholemia a pesar de que son las 9,40 de la mañana. Da negativo, claro. Me casca la multa y yo me cago en la Benemérita y todos sus números (bueno, en los que están de servicio esta mañana) por lo bajini. Según arranco, ahora sí, grito: "Así es como trata este país a sus artistas y a los de otros países de la Unión". El Guardia Civil está tentado de hacerme otro test de alcoholemia pero desiste.
Llego a trabajar, el jefe no me regaña, muy al contrario, se muestra comprensivo. Se me olvidaba, el jefe soy yo mismo. Aunque he llegado tarde, me voy a comer pronto porque he quedado con un amigo chileno que vuelve mañana a su país. 40 min para llegar a Santa María de la Cabeza. Antes de que nos traigan la cuenta tengo que salir corriendo porque faltan 40 min para la salida del cole y no sé si Gallardón me va a poner 2 zancadillas o 5 desde Santa María de la Cabeza a Las Matas. Me pone 3 (y otra más Fomento).
Llego al colegio pronto, sólo hay una madre morena leyendo y otra rubia contemplando. Saludo a la que está leyendo, con un leve movimiento de cabeza. No devuelve el saludo. No se lo tomo en cuenta porque soy padre nuevo, y condescendiente. Pero pienso que quizá en este colegio sea costumbre no saludarse los padres, para no quitar protagonismo a los niños, y decido no saludar a la rubia, que, la pobre, no tiene la culpa de nada y me mira con cara de ¿a mí no me saludas?. Se siente.
Recojo al bichito y le propongo ir a jugar al pádel para hacer un poco de ejercicio. Me dice que no le apetece. La chantajeo emocionalmente argumentando el coste de la raqueta, de las zapatillas, las pelotas y los desvelos de su padre para preparar la bolsa. Accede. Pienso que la premiaré por haber obedecido, pero después del pádel, para que no asocie y aprenda a chantajearme ella a mí.
Después de recorrer tres polideportivos encontramos una pista libre. Me deslomo recogiendo pelotas porque la coordinación psicomotriz a los seis años no está lo suficientemente desarrollada como para hacer coincidir en el espacio y el tiempo la raqueta y la pelota. A veces está la raqueta justo en el sitio pero un par de instantes antes (o después). Le explico sucintamente quiénes son las hermanas Williams para animarla.
Merendamos.
Nos peleamos y hacemos un par de sopas.
De letras.
Las Matas-Madrid. 45 min. Michael Bublé. Al principio está bien, pero al rato me resulta empalagoso y pedante. Le pido que se calle a la quinta canción por el expeditivo método de pulsar el botón que tiene un cuadrado.
Me cuesta aparcar porque cerca de mi lugar secreto hay una boda y me han rapiñeado todas las posibilidades. Encuentro un sitio no del todo legal y dejo el coche. Doblo el retrovisor y, alzando la vista a lo más alto, encargo a San Isidro, por ejemplo, que cuide de él. Un taxista me increpa por la ventanilla porque no le gusta cómo he estacionado. Vaya, nunca me ha pasado que un taxista se asome a desearme que pase un buen día. Puedo constatar cientificamente que siempre que un taxista de Madrid se asoma a su ventanilla y se dirige a otro conductor es con acritud. Supongo que el buen rollo lo emplean con sus familias y clientes. Con el espíritu alegre de pensar en el buen clima que debe reinar en las casas de los taxistas de Madrid me dirijo a saludar a mis actores y desearles mucha mierda as usual. A las 23h acaba el recorrido y me voy a Clamores a escuchar un concierto. El 80% del público son músicos así que saludo a unos cuantos y me siento en un rincón desde donde se oye bien. El camarero me reconoce y me rebaja dos euros en la cerveza. Además me premia con ¡2 platitos! de panchitos y una (1) de sus mejores sonrisas. Me asegura, además, que tiene intención de invitarme a la próxima cerveza. Le doy un abrazo emocionado y un beso en la boca (sin lengua). El concierto muy bonito. La cantante espectacular. La pianista, que era quien me había convocado, muy buena.
-Tómate otra.
-Que no, que me voy a casa. Bueno, vale.
-Tómate otra.
-Que no, que me voy a casa. Bueno, vale.
-Tómate otra.
-Que no, que me voy a casa. Bueno, vale.
-Tómate otra.
-Que no, que me voy a casa. Bueno, vale.
Salgo del local a las tantas pensando que empecé el día de padre ejemplar y lo estoy acabando de crápula ejemplar. Al cruzar por el puente de Eduardo Dato descubro que Madrid está lleno de unas curiosas gaviotas de luz. Detengo el coche. Pongo el blondin, el botón ése que hace que se enciendan los cuatro intermitentes a la vez. Saco la cámara y saco una foto. Guardo la cámara. Me acerco a la barandilla llevado de unas imperiosas ganas de orinar. Meo mientras miro al cielo precioso de Madrid. Escucho unos improperios desde abajo del puente. Es un señor que se asoma a un coche blanco con una luz verde en el techo. Le saludo cariñoso.
Aparco en mi calle. Satisfecho por el recorrido vital de la jornada (muy satisfecho) me tumbo en mi colchón casi nuevo y me encomiendo a San Antonio bendito -como hacía mi abuelo unos instantes antes de empezar a roncar.
Me absuelvo por falta de pruebas: no soy uno de ésos.
Empiezo a roncar.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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Estoy en el trabajo. Intento leer el documento Alta, modificación y baja de contratos generales de cesión con editor original socio SGAE y obras afectadas por el mismo. No me entero de nada. Imposible. Entre los compañeros de oficina, la música de fondo, los recuerdos del verano y las preocupaciones no consigo concentrarme.
ResponderEliminarEntro en a2manos. Leo el último post. Los compañeros, la música, los recuerdos y las preocupaciones permanecen en el más absoluto silencio hasta el final de mi lectura.
Y luego dicen que Internet afecta gravemente al rendimiento laboral...
Bien.
No tan bien.
No sé.
Con posts tan largos como este, desde luego!!!!!!
ResponderEliminarLa buena literatura no se mide por el tamaño.
ResponderEliminar¿Como que no? yo tengo unan ciclopedia que me bendio un señor y es muy grande y muy buena por que me balio mucho dineros. cada tomo es muy gordo y bienen muchas cosas y muchas fotos.
ResponderEliminar¡ Uf, Para que luego digan que el saber no ocupa lugar !
ResponderEliminarademás, que yo sepa, nadie estaba hablando de literatura
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