No soy un ente puro; me temo.
Y no sé sacarle historias a la nada. Cuando pasan dos días sin un postito, una cancioncilla o unos garabatos en el cuaderno pienso: repasa, tronco, se te está escapando algo. Mi habitación me aburre. La rutina me aplasta. Por eso la mano que toca sale a la calle y no para. Bueno, por eso y por muchas cosas más... (ven a mi casa esta navidad). Es que hay frases que salen del tirón y es mejor no resistirse. Por ejemplo: En un país multicolor... nació una abeja bajo el sol.
Ayer fui a la compra y me traje cuatro Bios de frutas del bosque, dos botes de aceitunas sin hueso con sabor a anchoa, un filete de salmón, pasta rellena Buitoni y una botella de ron Cacique. Esquivé como pude los donuts con chocolate -eran las ocho y media de la tarde, ya me vale. Ah, y un melón.
En la cola de la caja había, detrás de mí, una mujer sola. llevaba un maquillaje tan excesivo que era difícil adivinar si debajo conservaba cara. Era un maquillaje rígido e incorruptible que blindaba a la señora en cuestión contra el paso de los años, pero también contra el paso del resto de los gestos. Era la cara de una geisa despedida sin indemnización. Más que maquillarse parecía que se había alilcatado la cara. Trató mal a la cajera gordita del piercing, que es mi favorita porque ya no me pregunta si tengo tarjeta de fidelidad. Miré su compra y lo entendí: llevaba doce tarrinas de comida para gatos y una sopa de sobre.
Si no escribo no vivo; me temo.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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