Yo detesto Segovia. Lo siento. Debe ser visceral o un trauma o algo, pero el caso es que la detesto. Me parecen muy bonitos sus monumentos, pero yo no vivo de monumentos. Me encantan sus comidas, pero eso no es suficiente. El resto lo detesto. Excepto a mi abuela. A ella la quiero. Por eso fui.
En vez de ir por la autopista cogí el camino de Navacerrada. Esto me hizo pensar que tengo rasgos psicológicos comunes con Caperucita Roja: voy a ver a mi abuelita, que está malita, y elijo el atajo que cruza el bosque en vez de el camino fácil. Como siento por Caperucita la devoción que otras tienen por Bradd Pitt, me sentí a gusto con las coincidencias. Y aproveché para silbar unas cancioncillas populares.
El trozo de carretera entre el puerto y La Granja es sencillamente precioso. Y conducirlo en otoño un placer. Llovía, olía a tierra y a verde: a cosas de verdad. Habían tirado unas cuantas toneladas de pintura amarilla y ocre y naranja y roja encima de los árboles que bordeaban la carretera y lo habían iluminado todo con una luz suave, filtrada con un poco de gris. En esto se gastan los millones de las subvenciones para fomentar el turismo. Me parece bien.
En Segovia compartí la tarde con mi abuela. Me había preparado tortilla de patata. Comí un trozo y me puso el resto en una tartera. "Llévatela hijo. Y un trozo de chorizo del pueblo". Mi abuela es la única persona del mundo que me ve mal alimentado.
Luego tomé unas cañas con J. Me dieron las tantas. Al volver, noche cerrada, elegí otra vez Navacerrada. No me crucé con nadie. La lluvia arreciaba y la carretera estaba llena de hojas y ramas arrancadas. Los faros del coche iluminaban un trozo demasiado pequeño de estas montañas. El lobo feroz lo tenía a huevo para darme un susto de muerte. Él sabe que yo le temo.
Me acercaba a la fuente que hay pasada la última curva. Suelo parar allí, pero no en noches como ésta. Le eché valor. Frené bruscamente, abrí la puerta, me acerqué a la fuente y dejé la tartera. Con las mismas volví al coche y al cerrar bajé el seguro.
Seguí el camino. Pensando en los días en los que no había coches, ni faros de los coches y la gente atravesaba los bosques para ir a ver a sus abuelitas enfermas. Desde luego ellos eran más valientes.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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!!!Dejaste la tortilla de tu abuela para que se la comiera el lobo!!
ResponderEliminarQue suerte tiene ese lobo.
¿Valientes? Me gustaría saber que hubieran hecho si hubieran tenido que enfrentarse a una hipoteca de un piso en Madrid. Un lobo, eso esta chupado.
ResponderEliminarOtro poema, que leí anoche. Poema para niños adúlteros / No creer todo lo que os digan/ el lobo no es tan malo como Caperucita.
ResponderEliminar¿Qué pasó con el chorizo?
ResponderEliminarPues vaya, habríamos tenido pincho para la próxima FIESTA.
ResponderEliminar¿Y no tenías que devolver la tartera a la abuelita? Son muy suyas con sus cosas.
Sabíamos que la mano que toca es amigo de Cenicienta, canta no sé qué de Blancanieves y ahora resulta que tiene similitudes con Caperucita...
ResponderEliminar¿Estamos ante un Hermano Grimm?
Me he dado cuenta de que los fines de semana no hay programación en: A dos manos.
ResponderEliminarVoy por partes.
ResponderEliminarLos fines de semana no suele haber posts, eso es verdad. Pero las manos habíamos notado antes que los fines de semana los comenteros también suelen descansar.
Mano Grimm. La mano que toca también estuvo a punto de matar a Peter Pan, aunque al final lo indultó. Es un cuentista.
La tortilla era una ofrenda para aplacar sus iras pero el chorizo... volví a por él y me lo llevé, porque dejar el chorizo era ya demasiado.