Es una pena
que yo sea tan dura
tan de piedra
Es una pena
que no sea siquiera
de madera
Porque, después de leerte,
me convenzo de que tendrías,
para arderme,
un montón de maneras.
Me lo enseñó, en un papel basto y amarillo. Y me dijo que se lo había escrito una mina. Hacía tiempo. Cuando él era más joven (ahora se acercaba a los 70).
-¿Sabés lo peor, socio? -me dijo con su acento porteño. Me pilló desprevenido. Me pillo tan desprevenido esa locura de hacer transitivo el verbo arder. Que sucumbí. Del todo. Y me quemé con ella.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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