Guardo un puñado de cartas que no mandé.
Las miro ahora y me admira qué rápido se hacen viejas y se secan.
A la vez me sorprende con qué nitidez son capaces de reflejar aquel sentimiento.
Yo no dejé que se posaran en tu corazón. Y tú tampoco.
Me voy, justo hoy que presiento que el otoño no va a perdonarme.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
lunes, 11 de febrero de 2008
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