El payaso no es de sufrir. Lo tiene claro. Ni de aburrirse, ni de agachar la cabeza. Puede que de vez en cuando baje a algún pozo oscuro. Por bajar. Por volver renovado. Por tener algo que contar o para -como dice mi amiga ucraniana- disfrutar mucho más por comparación. El payaso es inequívocamente hedonista y disfrutón. Y no crean que es por vicio, es por necesidad.
La bailarina le ha dicho que son incompatibles. Porque ella es seria y él guasón. Porque ella tiene el alma densa y a él se le escapa por la boca el corazón. Porque ella es reservada y él es vino de una cosecha menor.
-No te das cuenta Charlie, sólo hay que mirarnos los pies para darse cuenta de que esto no tiene ningún futuro: tú, esos zapatones y yo, de puntillas. No es sólo que no te quiera, es que no puede ser.
El payaso aprieta la flor y salpica a la bailarina. A ella le hace gracia y ríe.
El payaso llora a través de la flor de plástico que lleva en la solapa. Así ahorra emoción e impide que se le corra el maquillaje.
Pero el payaso es disfrutón, no puede evitar pensar que el mundo es un vaso medio lleno, las calles son sólo cuadrículas si no están llenas de bromas, la gente es una colección de caras llenas de chistes, y una cama es un desierto si no está llena de besos.
-Tú eres un romántico crónico, dijo la bailarina.
Y lo dijo como si fuera una enfermedad desagradable.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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¡qué pesado estás con tu amiga la ucraniana!
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