miércoles, 7 de diciembre de 2005

Coches



Ya no hacen coches con cara de buena persona. Como éste. Su mirada de asombro, sus cejas bien depiladas, la frente despejada.

Me recuerda al Avia. Mi abuelo tenía un camión Avia -bueno, lo tenía su jefe, mí abuelo solo lo trabajaba- que tenía la cara más simpática que he visto yo nunca en un vehículo a motor. Grandullón, buenazo. Un poco simple, eso sí. Por eso mi abuelo, cuando lo aparcaba le ponía unos calzos de madera. Para que no se fuera calle abajo.

En cambio los coches ahora no tienen cara. O, si la tienen, es de estresados, estreñidos y agresivos. Y son todos muy parecidos.

En los interminables viajes que hacíamos en el 131 de mi padre (ése tenía una cara bastante seria) me fijaba en los faros de noche. Me los aprendí. Era capaz de saber qué coche era por los faros. Era cuando en este país los modelos de coches se contaban con los dedos de las manos de una familia. Ahora es imposible. Por variedad y por sosez.

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