Todos somos muy vegetarianos cuando nos conviene, renegamos del cerdo y de todas sus secuelas, y hacemos de las grasas animales el chivo expiatorio de nuestras iras metabólicas. Pero Lo hacemos porque podemos, porque nos da la gana. Porque tenemos los supermercados llenos. Y porque en cualquier momento, si queremos, nos tomamos una licencia (bueno, soy vegetariano pero admito ibéricos), o dos licencias (hombre, yo prefiero la comida vegetariana, pero si las circunstancias obligan) o licenciarnos definitivamente (yo no comía nada de carne, y me sentía fenomenal, como liberado de toxinas, de mejor humor). Esto se demostró ayer por la mañana cuando el taxista gritó: "Aquí no huele a cochino sino a sus derivados. Raid ¿No nos estarás ocultando un salchichón?". Raid se puso colorado como un tomate (o como una fresa, porque tiene granos), no estaba preparado para que le desnudaran allí mismo. Lo demás os lo podéis imaginar: negación de las acusaciones, conato de linchamiento, reconocimiento de la culpa, apertura de la susodicha caja fuerte, festín, valeteperdonamos, botellas de vino que salen de las maletas, piropos al calorcito del vino... lujuria.
Por la tarde nos dio mucha vergüenza hacer los ejercicios. No es lo mismo haberles mostrado a tus compañeros una flamante e integral integridad, que los instintos puros y duros. Además se producía un curioso efecto: la lascivia que se había mantenido muy discreta, contenida por el cereal y la verdura ahora se disparaba al haber comido carne. ¡Qué cosas tiene el cuerpo humano!
Intercambiamos los teléfonos, los correos, y nos deseamos... buen viaje.
Nota: Sé que muchos, al leer mis peripecias, habéis sentido una profunda (aunque sana) envidia. He traído apuntes y estoy dispuesto a compartirlos. Sé que algunos de vosotros dudáis de la veracidad de mi viaje. Envidia cochina. A esos no pienso enseñarles los apuntes.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
sábado, 1 de octubre de 2005
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