De pequeño siempre buscaba polla, chocho, caca y pedo en cualquier diccionario que cayera en mis manos.
No sé si me aventuro demasiado al decir que una generación llevamos grabada la frase "Ventosidad ruidosa que se expele por el ano" igual que otras se empeñan en recordar "Come mierda: cien mil millones de moscas no pueden estar equivocadas".
Hoy, siguiendo un juego parecido, miro en una página maravillosa de internet (maravillosa para mí, claro) y busco una palabra que me fascina desde hace tiempo. Descubro que en euskera se dice zibor. En afrikaans, nawel. En bable, virgayu. En aymara, kururu; en calabrés, viddicu. En finlandés, napa. En kurdo, navik. En lituano, bamba. En irlandés, imleacá. En húngaro, köldök. En masai, osororua. En polaco, pepek. En malayo, pusat. En checo, pupek. En quechua, puputi. En swahili, kitovu, o más bonito todavía: ndugu. Y en valenciano: melic.
Ahora, querido lector, frases como "Te voy a llenar de besos el virgayu", o, "No seas guarro, quítate las pelusas del puputi" ya tienen sentido para ti. ¿No?
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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El ombligo, epicentro del cuerpo, es tan especial, que no hace falta que le pongamos nombres tan sofisticados.
ResponderEliminarPor cierto, querido escritor, me quedo con un puñado de besos... justo ahí. ¿Sí?
Como os gusta besar cicatrices!
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