Alguna otra vez en este blog he dado cuenta del miedo que le tengo a las dependientas.
Hay cuatro gremios que a mí me dan pavor: la Guardia Civil (como buen gitano), los dentistas ("aunque me vea grande tráteme como si tuviera 6 años se lo suplico"), los urólogos (por lo que me han contado) y las dependientas.
Le tengo miedo a las dependientas en general pero sobre todo a las de establecimientos de ropa y calzado. Durante mucho tiempo entraba a una zapatería, elegía un modelo y pedía que me sacaran el 42. Si me lo probaba y no me iban bien tenía dos opciones: llevármelos en la confianza de que acabarían adaptándose a mis pies o devolverlos y salir de la tienda.
Por alguna razón no contemplaba la posibilidad de pedir que me sacaran otros y otros y otros hasta que encontrara los perfectos. Normalmente las dependientas de zapatería tienen que entrar al almacén, subir escaleras, con el peligro que conlleva, volver cargadas de cajas que les impiden ver dónde pisan, eso me producía fatiga mental. Pero sobre todo algunas dependientas, si las contravienes, te echan una mirada aviesa que a mí personalmente me hacía sentir fatal. Sé que debería hacer que me lo miraran pero es que el quinto puesto en mi personal ranking del repelús lo ocupan los psiquiatras.
Los miedos no son racionales, me digo una y otra vez para racionalizarlo.
Y tú deberías saberlo ¿de qué te ríes si te dan pavor las cucarachas y los inspectores de Hacienda?
El sábado pasado tuve una buena mañana. Luego mi cuñado preparó un sushi, sashimi o como se llame que estaba fetén. Y volviendo a Madrid un disco de Harry Connick que hacía tiempo que no escuchaba me colocó a un par de peldaños de la gloria. Así que pensé que los astros estaban de mi lado y que tenía que aprovechar para hacer algo grande. Ni corto ni perezoso paré en el Factory de Las Rozas dispuesto a enfrentarme a mi fobia número 1 convencido de que iba a vencer. El Adolfo estaba a tope de gente. Y comencé con un traspiés: "Buscaba unos pantalones de la talla 40". Mirada de desprecio. Empezamos mal. "Busque ahí". Bueno, no te pongas nervioso, a lo mejor es la siesa, siempre hay una siesa.
Yo me sé el número de pié: 42. También los teléfonos de bastantes amigos. El CCC de mi cuenta bancaria con sus 20 dígitos, la equivalencia entre pulgadas y centímetros 1.8, la constante de la gravitación universal 6.67 por 10 a la -11 y 8 decimales del número pi 3.14159265... pero nunca me acuerdo de mi talla de pantalón. Cuando empecé a mirar "ahí" y a ponérmelos por encima me dí cuenta de que había memorizado bien la cifra de las unidades, pero la de las decenas me había bailado un poco y era un 5 en vez de un 4. En vez de una 40 era una 50. Por eso la dependienta me había disparado.
La comprendí y la absolví. Pero por si acaso busqué a otra: "que me quiero probar éstos". Lo dije poniendo los ojos con la forma del dólar como en los dibujos animados, para que la chica viera que tenía intención de comprar y capacidad financiera suficiente; esto suele ayudar a ablandar a las dependientas, lo sé porque me lo han contado. Y debí hacerlo bien porque sonrió.
Mi euforia seguía bastante alta y todo estaba saliendo bien. Antes de quitarme los zapatos pisoteé mi fobia simbólicamente en el probador. Ahí estaba yo, en calzoncillos, separado del mundanal ruido por una cortinita. Salgo con ellos puestos y le digo a la dependienta: "¿Podrías arreglarme los bajos?". Es curioso cómo cambia el significado de una misma frase pronunciada en el Factory de Las Rozas o en un club de carretera de Ciudad Real.
La chica fue a buscar los alfileres y se acuclilló (no estoy seguro de que lo admita la RAE) ante mí dejando ver la tirita del tanga por encima de la cinturilla del pantalón. Le alabé el gusto al elegir el color de la ropa interior. Pero musitando, creo que no me oyó.
Cuando ya estaba metiéndomelos en una bolsa y diciéndome un "algo más" la miré con el tronío de Clin Isvud en un güester y le dije: "creo que miraré alguna cosita más". El "cosita" me salió en cursiva, tal cual lo he escrito, y muy fashion; noté cómo ella lo notaba.
Camiseta.
- Cógeme los puños.
Otra camiseta.
- Si tú me la ves bien no le hago ningún arreglo.
- Te la veo fantástica.
Camisa con floripondios.
- Me tira un poco de la sisa
- Pues de ésta no tenemos otra talla.
- ¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?
- Un par de meses, nos rotan de tienda en tienda.
Pantalón de pana fina color camel (o sea marrón)
- Este me lo llevo también, por capricho, que no me he regalado nada de Reyes, digo con mirada cómplice. Frivolón.
- Déjame que te coja los bajos.
Esta vez no me hace salir y exponerme a la multitud sino que me coloca los alfileres dentro del probador.
- Siempre he querido tener una americana de pana tipo periodista progre, ya sabes. ¿Me ayudas a elegirla?
- Pues claro, tenemos una...
Pasé una tarde fenomenal destrozando mi miedo visceral a las dependientas en el Factory de las Rozas y al final nos despedimos con una firma en el resguardo de la Visa que fue como una punzada. Me consolé pensando que aunque me hubiera gastado medio sueldo la terapia más barata me habría llevado el doble de dinero y un par de años de tiempo. Además los terapeutas no te enseñan la tirita del tanga.
En un fotograma que gaurdaré siempre en mi memoria noté como a ella le temblaba el pirsin del labio infierior al decirme adiós.
- No te olvides de los resguardos de los arreglos, el viernes que viene estará todo.
- En una semana volveré.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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Dos cositas o tres –lo siento pero el Safari no me deja poner la “cursiva”-.
ResponderEliminara) Yo pensaba que cucarachas e inspectores de Hacienda eran la misma cosa, incluso creo recordar que uno estuvo de presidente del gobierno un tiempo.
b) Hay una máxima que dice que cuando hablas con alguien y asiente todo lo que dices o miente o te quiere vender algo. Las dependientas además sonríen.
c) ¿Era Harry Connick Jr? Desconozco si su padre hacía también música y/o cine.
Veamos... Además de no saber obedecer y de otras otras cuantas características que no vienen al caso porque son secreto de diván, desde luego tenés un grifo de imaginación.
ResponderEliminarEstá bien que vayás mejorando, pero mira qué te dije que nada de mirarle el tanga a las vendedoras que se agachan a tus bajos...
Está claro que vos no sabe obedecer.
Que te cojan los bajos en el probador, es algo muy erótico, incluso sin la ayuda del tanga.
ResponderEliminarimagine...
Dos personas desconocidas,
solas, sin nadie más..
Muchos deseos por experimentar.
...quizás idénticos.
tan cerca...
lejos de miradas indiscretas
a tus pies...
...a sus pies
¿...?
¡¡¡los alfileres !!!
¿Por qué será tan difícil recordar la talla del pantalón?
ResponderEliminarEn los zapatos, con levantar el pie y mirarse la suela, si no has pisado una mierda, por lo geneal encuentras la talla dentro de un circulito.
Pero es que, para ver la talla del pantalón, o tienes un gacheto-cuello para verte la etiqueta de atrás o te tienes que bajar los pantalones delante de la dependienta. Y cualquiera le pide luego a la chiquita que te coja los bajos.
Aunque no hay que obsesionarse mucho con eso de dar la talla. Lo importante es pasarlo bien.
ResponderEliminarMI VECINO SIEMPRE DIO LA TALLA,ES UNA GRAN PERSONA, A PESAR DE SER MUSICO
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