sábado, 2 de abril de 2005

Los pies

Es muy importante que yo me entere de si el amor tiende a subir o a bajar. Dentro del cuerpo, quiero decir. Que el amor está dentro del cuerpo, eso está claro. Y que se desplaza... eso es evidente. ¿A quién conoces tú que tenga el amor quieto toda su vida en el mismo sitio como si fuera el pancreas? A nadie. Ya sé: me diréis que el amor sube, baja, se desplaza lateralmente y cambia de forma. Sí, estoy de acuerdo. Pero además de esos movimientos impulsivos, explosivos y rápidos como olas, el amor tiene un movimiento lento, como una marea. ¿De dónde a dónde va? ¿En qué dirección?

Me explico. Por ejemplo unos pantalones. Se meten por los pies, suben y llegan hasta la cintura. Una vez que llegan ahí es muy raro que sigan subiendo. Tú ves a alguien con los pantalones en la cintura y piensas que se le podrán caer -poco a poco o de golpe-, que se los podrá quitar, pero es muy raro que suban más. Pero ¿y el amor?
No estoy loco. Digo esto porque noto que sus pies me quieren. Debajo de la mesa de un restaurante juegan al escondite y al pilla-pilla. Aunque estemos hablando de otra cosa o degustando un exquisito lomo de ciervo con espuma de arándanos. Cuando caminamos, sus pies se acompasan. En la parte de debajo de la cama, tanto si estamos despiertos como si dormidos, sus pies me buscan y se restriegan como un oso contra un árbol. Si el amor tiende a bajar se desplazará a las uñas y se escapará por ahí, quizá para no volver. Si es así lo llevo claro. Pero si el amor tiende a subir, poco a poco se extenderá por todo el cuerpo. Y así me querrá su estómago, me querrán sus riñones, luego me querrá su corazón, me querrán sus brazos, sus manos. Mmmmm, sus dedos. Y por fin, cuando llegue arriba, al final del viaje: me querrá su pelo.

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