En las cercanías de la Puerta del Sol he terminado de comer y aún me faltan dos horas para mi cita con los actores. Las tres de la tarde es una hora muy mala, bajan las defensas, y ya me veo yo rogándole a una viejecita que me deje subir a su casa a echar una siesta, cuando me acuerdo del Starbucks de Arenal.
En Starbucks el café es caro, pero lo es porque los clientes pagamos a escote el alquiler del local y las comodidades y el hilo musical sofisticado y el rollito internacional y que te puedas echar todo el azúcar que quieras y robar pajitas y removedores de madera. Si lo miras así no es tan caro. Pero aun pareciéndome que el sablazo está justificado tengo una queja con respecto a estos establecimientos tan útiles para corazones homeless. Y es que los precios no deberían subir por el número de empujones expresso, o si lleva nata o chocolate, ni siquiera por si el vaso es pequeño, mediano o grande. Sino por si te toca sillón de orejas o silla de palo, si te toca ventana o rincón.
Esto es importante, y los gestores, que seguro son de los que tienen máster cum laude por la universidad de Alabama, deberían darse cuenta. Por si acaso yo les voy dando toques: entro al local, y antes de pedir subo a la planta de arriba. Si hay sillón de orejas junto a la ventana bajo corriendo y pido capuccino grande con dos empujones, nata y un pastelito brownie. Si sólo quedan sillas, americano pequeño mondo y lirondo. Eso sí, a ambos les echo azúcar hasta que hace isla y un dedo de canela, que eso es gratis. Si cunde el ejemplo digo yo que acabarán dándose cuenta, los gestores.
Qué pena que no me guste el café.
Pequeñas historias, melodías de insomnio, mensajes en envases de aire, días de tristelicidad...
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tienen un problema estos cafés, son los vasos de papel. Ya les vale por lo que cobran poner unas tacitas, ya no de cerámica, al menos de loza. Claro que los capuchinos de medio litro que sirven no les cabrían. Una vez me tomé uno y como a mi me enseñaron que la comida nunca se deja, pues me lo bebí entero acompañado de una caracola bien cargadita de pasas y frutas confitadas, vaya, como a mi me gusta. El caso es que acto seguido, tras consumar con esfuerzo el desayuno, y apurada en el último momento entré a una reunión y... en fin sólo decir que pasé media hora conteniendo los vómitos
ResponderEliminarN.
Tiene la ceremonia del café aquí algo que me encanta: te sientas como te da la gana (porque para hacer lo de siempre pues ya te vas al bar de la esquina y te ahorras unas perrillas) y qué glamour, oiga. Y dos que odio: no acabo de pillar el encanto de chupar aquel vaso como si fuera un biberón (por decir algo fino) y me molesta no poder terminar con un cigarrito porque, dicen "qué afecta a la conservación del café". Así que he vuelto al sitio de siempre, sin vainilla, sin canela, sin chocolate, pero con un buen rollo...
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